Äîêóìåíò âçÿò èç êýøà ïîèñêîâîé ìàøèíû. Àäðåñ îðèãèíàëüíîãî äîêóìåíòà : http://www.philol.msu.ru/~iber/bibl/esp/Alarcon_Sombrero.pdf
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El sombrero de tres picos.


Pedro Antonio de AlarcÑn

El sombrero de tres picos.
Primera ediciÑn. Madrid, 2002

ColecciÑn Clasicos Hispanos Numero 40


INDICE
Prefacio del autor. El sombrero de tres picos I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX De cuando sucedio la cosa. De cÑmo vivÌa entonces la gente. Do it des. Una mujer vista por fuera. Un hombre visto por fuera y por dentro. Habilidades de los cÑnyuges. El fondo de la felicidad. El hombre del sombrero de tres picos. ¡Arre, burra! Desde la parra. El bombardeo de Pamplona. Diezmos y primicias. Le dijo el grajo al cuervo. Los consejos de Gardußa. Despedida en prosa. Un ave de mal agÝero. Un alcalde de monterilla. Donde se verÀ que el tÌo Lucas tenÌa el sueßo muy ligero. Voces clamantes in deserto.


XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII XXIX XXX XXXI XXXII XXXIII XXXIV XXXV XXXVI Anexos Nota sobre el autor.

La duda y la realidad. ¡En guardia, caballero! Gardußa se multiplica. Otra vez el desierto y las consabidas voces. Un rey de entonces. La estrella de Gardußa. ReacciÑn. ¡Favor al Rey! ¡Ave MarÌa Purisima!¡Las doce y media y sereno! Post nubila... Diana. Una seßora de clase. La pena del taliÑn. La fe mueve las montaßas. Pues ¿y tÇ? Tambien la Corregidora es guapa. Decreto Imperial. ConclusiÑn, moraleja y epÌlogo.


PREFACIO DEL AUTOR
Pocos espaßoles, aun contando a los menos sabios y leÌdos, desconocerÀn la historieta vulgar que sirve de fundamento a la presente obrilla. Un zafio pastor de cabras, que nunca habÌa salido de la escondida Cortijada en que naciÑ, fue el primero a quien nosotros se la oÌmos referir. Era el tal uno de aquellos rÇsticos sin ningunas letras, pero naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de pÌcaros. Siempre que en la Cortijada habÌa fiesta, con motivo de boda o bautizo, o de solemne visita de los amos, tocÀbale a Èl poner los juegos de chasco y pantomima, hacer las payasadas y recitar los Romances y Relaciones; y precisamente en una ocasiÑn de estas (hace ya casi toda una vida..., es decir, hace ya mÀs de treinta y cinco aßos) tuvo a bien deslumbrar y embelesar cierta noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de EL CORREGIDOR Y LA MOLINERA, o sea de EL MOLINERO Y LA CORREGIDORA, que hoy ofrecemos nosotros al pÇblico bajo el nombre mÀs trascendental y filosÑfico (pues asÌ lo requiere la gravedad de estos tiempos) de EL SOMBRERO DE TRES PICOS. Recordamos, por seßas, que cuando el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allÌ reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (asÌ se llamaba el pastor) no se mordiÑ la lengua, y contestÑ diciendo: que no habÌa por quÈ escandalizarse de aquel modo pues nada resultaba de su RelaciÑn que no supiesen


hasta las monjas y hasta las nißas de cuatro aßos... ­Y si no, vamos a ver­preguntÑ el cabrero­: ¿ quÈ se saca en claro de la historia de EL CORREGIDOR Y LA MOLINERA? ¡Que los casados duermen juntos, y que a ningÇn marido le acomoda que otro hombre duerma con su mujer! ¡Me parece que la noticia!... ­¡Pues es verdad!­respondieron las madres, oyendo las carcajadas de sus hijas. ­La prueba de que el tÌo Repela tiene razÑn­observÑ en esto el padre del novio­, es que todos los chicos y grandes aquÌ presentes se han enterado ya de que esta noche, asÌ que se acabe el baile, Juanete y Manolita estrenarÀn esa hermosa cama de matrimonio que la tÌa Gabriela acaba de enseßar a nuestras hijas para que admiren los bordados de los almohadones... ­¡Hay mÀs­dijo el abuelo de la novia­: hasta en el libro de la Doctrina y en los mismos Sermones se habla a los nißos de todas estas cosas tan naturales, al ponerlos al corriente de la larga esterilidad de Nuestra Seßora Santa Ana de la virtud del casto JosÈ, de la estratagema de Judit, y de otros muchos milagros que no recuerdo ahora. Por consiguiente, seßores... ­¡Nada, nada, tÌo Repela­exclamaron valerosamente las muchachas­. ¡Diga usted otra vez su RelaciÑn; que es muy divertida! ­¡Y hasta muy decente!­continuÑ el abuelo. Pues en ella no se aconseja a nadie que sea malo; ni se le enseßa a serlo; ni queda sin castigo el que lo es... ­¡Vaya, repÌtala usted!­dijeron al fin consistorialmente las madres de familia.


El tÌo Repela volviÑ entonces a recitar el Romance; y, considerado ya su texto por todos a la luz de aquella crÌtica tan ingenua, hallaron que no habÌa pero que ponerle; lo cual equivale a decir que le concedieron las licencias necesarias. *** Andando los aßos, hemos oÌdo muchas y muy diversas versiones de aquella misma aventura de EL MOLINERO Y LA CORREGIDORA, siempre de labios de graciosos de aldea y de cortijo, por el orden del ya difunto Repela, y ademÀs la hemos leÌdo en letras de molde en diferentes Romances de ciego y hasta en el famoso Romancero del inolvidable don AgustÌn DurÀn. El fondo del asunto resulta idÈntico: tragicÑmico, zumbÑn y terriblemente epigramÀtico, como todas las lecciones dramÀticas de moral de que se enamora nuestro pueblo; pero la forma, el mecanismo accidental, los procedimientos casuales, difieren mucho, muchÌsimo, del relato de nuestro pastor, tanto, que este no hubiera podido recitar en la Cortijada ninguna de dichas versiones, ni aun aquellas que corren impresas, sin que antes se tapasen los oÌdos las muchachas en estado honesto, o sin exponerse a que sus madres le sacaran los ojos. ¡A tal punto han extremado y pervertido los groseros patanes de otras provincias el caso tradicional que tan sabroso, discreto y pulcro resultaba en la versiÑn del clÀsico Repela! Hace, pues, mucho tiempo que concebimos el propÑsito de restablecer la verdad de las cosas, devolviendo a la peregrina historia de que se trata su primitivo carÀcter, que nunca dudamos fuera aquel en que saliera mejor librado el decoro. Ni ¿cÑmo dudarlo? Esta clase de Relaciones, al rodar por las manos del vulgo, nunca se desnaturalizan para hacerse mÀs bellas, delicadas y decentes, sino para estropearse y percudirse al contacto de la


ordinariez y la chabacanerÌa. Tal es la historia del presente libro... Conque metÀmonos ya en harina; quiero decir, demos comienzo a la RelaciÑn de EL CORREGIDOR Y LA MOLINERA, no sin esperar de tu sano juicio (¡oh, respetable pÇblico!) que "despuÈs de haberla leÌdo y hÈchote mÀs cruces que si hubieras visto al demonio (como dijo Estebanillo GonzÀlez al principiar la suya), la tendrÀs por digna y merecedora de haber salido a luz". Julio de 1874.


I. De cuando sucedio la cosa.
Comenzaba este largo siglo, que ya va de vencida. No se sabe fijamente el aßo: solo consta que era despuÈs del de 4 y antes del de 8. Reinaba, pues, todavÌa en Espaßa don Carlos IV de BorbÑn; por la gracia de Dios, segÇn las monedas, y por olvido o gracia especial de Bonaparte, segÇn los boletines franceses. Los demÀs soberanos europeos descendientes de Luis XIV habÌan perdido ya la corona (y el Jefe de ellos la cabeza) en la deshecha borrasca que corrÌa esta envejecida parte del mundo desde 1789. Ni paraba aquÌ la singularidad de nuestra patria en aquellos tiempos. El Soldado de la RevoluciÑn, el hijo de un oscuro abogado corso, el vencedor en Rivoli, en las PirÀmides, en Marengo y en otras cien batallas, acababa de ceßirse la corona de Carlo Magno y de transfigurar completamente la Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando fronteras, inventando dinastÌas y haciendo mudar de forma, de nombre, de sitio, de costumbres y hasta de traje a los pueblos por donde pasaba en su corcel de guerra como un terremoto animado, o como el Antecristo que le llamaban las Potencias del Norte... Sin embargo, nuestros padres (Dios los tenga en su santa Gloria), lejos de odiarlo o de temerle, complacÌanse aÇn en ponderar sus descomunales hazaßas, como si se tratase del hÈroe de un Libro de CaballerÌas, o de cosas que sucedÌan en otro planeta, sin que


ni por asomos recelasen que pensara nunca en venir por acÀ a intentar las atrocidades que habÌa hecho en Francia, Italia, Alemania y otros paÌses. Una vez por semana (y dos a lo sumo) llegaba el correo de Madrid a la mayor parte de las poblaciones importantes de la PenÌnsula, llevando algÇn nÇmero de la Gaceta (que tampoco era diaria), y por ella sabÌan las personas principales (suponiendo que la Gaceta hablase del particular) si existÌa un Estado mÀs o menos allende el Pirineo, si se habÌa reßido otra batalla en que peleasen seis u ocho Reyes y Emperadores, y si NapoleÑn se hallaba en MilÀn, en Bruselas o en Varsovia... Por lo demÀs, nuestros mayores seguÌan viviendo a la antigua espaßola, sumamente despacio, apegados a sus rancias costumbres, en paz y en gracia de Dlos, con su InquisiciÑn y sus Frailes, con su pintoresca desigualdad ante la Ley, con sus privilegios, fueros y exenciones personales con su carencia de toda libertad municipal o polÌtica, gobernados simultÀneamente por insignes Obispos y poderosos Corregidores (cuyas respectivas potestades no era muy fÀcil deslindar, pues unos y otros se metÌan en lo temporal y en lo eterno), y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, mandas y limosnas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones, tercias reales, gabelas, frutos civiles, y hasta cincuenta tributos mÀs, cuya nomenclatura no viene a cuento ahora. Y aquÌ termina todo lo que la presente historia tiene que ver con la militar y polÌtica de aquella Època; pues nuestro Çnico objeto, al referir lo que entonces sucedÌa en el mundo, ha sido venir a parar a que el aßo de que se trata (supongamos que el de 1805) imperaba todavÌa en Espaßa el antiguo rÈgimen en todas las esferas de la vida pÇblica y particular, como si, en medio de tantas novedades y trastornos, el Pirineo se hubiese convertido en otra Muralla de la China.


II. De cÑmo vivÌa entonces la gente.
En AndalucÌa, por ejemplo (pues precisamente aconteciÑ en una ciudad de AndalucÌa lo que vais a oÌr), las personas de suposiciÑn continuaban levantÀndose muy temprano; yendo a la Catedral a Misa de prima; aunque no fuese dÌa de precepto : almorzando, a las nueve, un huevo frito y una jÌraca de chocolate con picatostes; comiendo, de una a dos de la tarde, puchero y principio, si habÌa caza, y, si no, puchero solo; durmiendo la siesta despuÈs de comer, paseando luego por el campo; yendo al Rosario, entre dos luces, a su respectiva parroquia; tomando otro chocolate a la OraciÑn (Èste con bizcochos); asistiendo los muy encopetados a la tertulia del Corregidor, del DeÀn, o del tÌtulo que residÌa en el pueblo; retirÀndose a casa a las ànimas; cerrando el portÑn antes del toque de la queda; cenando ensalada y guisado por antonomasia, si no habÌan entrado boquerones frescos, y acostÀndose incotinenti con su seßora (los que la tenÌan), no sin hacerse calentar primero la cama durante nueve meses del aßo.. . ¡DichosÌsimo tiempo aquel en que nuestra tierra seguÌa en quieta y pacÌfica posesiÑn de todas las telaraßas, de todo el polvo, de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos! ¡DichosÌsimo tiempo aquel en que habÌa en la sociedad humana variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡DichosÌsimo tiempo, digo..., para los


poetas especialmente, que encontraban un entremÈs, un sainete, una comedia, un drama, un auto sacramental o una epopeya detrÀs de cada esquina, en vez de esta prosaica umformidad y desabrido realismo que nos legÑ al cabo la RevoluciÑn Francesa! ¡DichosÌsimo tiempo, sÌ!... Pero esto es volver a las andadas. Basta ya de generalidades y de circunloquios, y entremos resueltamente en la historia del Sombrero de tres picos.


III. Do it des.
En aquel tiempo, pues, habÌa cerca de la ciudad *** un famoso molino harinero (que ya no existe), situado como a un cuarto de legua de la poblaciÑn, entre el pie de suave colina poblada de guindos y cerezos y una fertilÌsima huerta que servÌa de margen (y algunas veces de lecho) al titular intermitente y traicionero rÌo. Por varias y diversas razones, hacÌa ya algÇn tiempo que aquel molino era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes mÀs caracterizados de la mencionada ciudad... Primeramente, conducÌa a Èl un camino carretero, menos intransitable que los restantes de aquellos contornos. En segundo lugar, delante del molino habÌa una plazoletilla empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy bien el fresco en el verano y el sol en el invierno, merced a la alternada ida y venida de los pÀmpanos... En tercer lugar, el Molinero era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que tenÌa lo que se llama don de gentes, y que obsequiaba a los seßores que solÌan honrarlo con su tertulia vespertina ofreciÈndoles... lo que daba el tiempo, ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que estÀn muy buenas cuando se las acompaßa de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus seßorÌas), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les servÌa de dosel, ora rosetas de maiz, si era invierno y castaßas asadas, y almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes frÌas, un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo que por Pascuas se solÌa aßadir algÇn pestißo, algÇn mantecado, algun rosco o alguna lonja de jamÑn alpujarreßo.


­¿Tan rico era el Molinero, o tan imprudentes sus tertulianos?­exclamarÈis interrumpiÈndome. Ni lo uno ni lo otro. El Molinero solo tenÌa un pasar, y aquellos caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en unos tiempos en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes a la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rÇstico de tan claras luces como aquÈl en tenerse ganada la voluntad de Regidores, CanÑnigos, Frailes, Escribanos y demÀs personas de campanillas. AsÌ es que no faltaba quien dijese que el tÌo Lucas (tal era el nombre del Molinero) se ahorraba un dineral al aßo a fuerza de agasajar a todo el mundo. ­ Vuestra Merced me va a dar una puertecilla vieja de la casa que ha derribado , decÌale a uno. Vuestra SeßorÌa­decÌale a otro­va a mandar que me rebajen el subsidido, o la alcabala, o la contribuciÑn de frutos-civiles. Vuestra Reverencia me va a dejar coger en la huerta del Convento una poca hoja para mis gusanos de seda. Vuestra IlustrÌsima me va a dar permiso para traer una poca leßa del monte X. Vuestra Paternidad me va a poner dos letras para que me permitan cortar una poca de madera en el pinar H. Es menester que me haga UsarcÈ una escriturilla que no me cueste nada. Este aßo no puedo pagar el censo. Espero que el pleito se falle a mi favor. Hoy le he dado de bofetadas a uno, y creo que debe ir a la cÀrcel por haberme provocado. ¿TendrÌa su Merced tal cosa de sobra? ¿Le sirve a Usted de algo tal otra? ¿Me puede prestar la mula? ¿Tiene ocupado maßana el carro? ¿Le parece que envÌe por el burro ? Y estas canciones se repetÌan a todas horas, obteniendo siempre por contestaciÑn un generoso y desinteresado... Como se pide.


Conque ya veis que el tÌo Lucas no estaba en camino de arruinarse.


IV. Una mujer vista por fuera.
La Çltima y acaso la mÀs poderosa razÑn que tenÌa el serorÌo de la Ciudad para frecuentar por las tardes el molino del tÌo Lucas, era... que, asÌ los clÈrigos como los seglares, empezando por el seßor Obispo y el seßor Corregidor, podÌan contemplar allÌ a sus anchas una de las obras mÀs bellas, graciosas y admirables que hayan salido jamÀs de las manos de Dios, llamado entonces el Ser Supremo por Jovellanos y toda la escuela afrancesada de nuestro paÌs... Esta obra... se denominaba "la seßÀ Frasquita". Empiezo por responderos de que la seßÀ Frasquita, legÌtima esposa del tÌo Lucas, era una mujer de bien, y de que asÌ lo sabÌan todos los ilustres visitantes del molino. Digo mÀs: ninguno de Èstos daba muestras de considerarla con ojos de varÑn ni con trastienda pecaminosa. AdmirÀbanla, sÌ, y requebrÀbanla en ocasiones (delante de su marido, por supuesto), lo mismo los frailes que los caballeros, los canÑnigos que los golillas, como un prodigio de belleza que honraba a su Criador, y


como una diablesa de travesura y coqueterÌa, que alegraba inocentemente los espÌritus mÀs melancÑlicos. "Es un hermoso animal", solÌa decir el virtuosÌsimo Prelado. "Es una estatua de la antigÝedad helÈnica", observaba un Abogado muy erudito, AcadÈmico correspondiente de la Historia. "Es la propia estampa de Eva", prorrumpÌa el Prior de los Franciscanos. "Es una real moza", exclamaba el Coronel de milicias. "Es una sierpe, una sirena, ¡un demonio!", aßadÌa el Corregidor. "Pero es una buena mujer, es un Àngel, es una criatura, es una chiquilla de cuatro aßos", acababan por decir todos, al regresar del molino atiborrados de uvas o de nueces, en busca de sus tÈtricos y metÑdicos hogares. La chiquilla de cuatro aßos, esto es, la seßÀ Frasquita, frisarÌa en los treinta. TenÌa mÀs de dos varas de estatura, y era recia a proporciÑn, o quizÀ mÀs gruesa todavÌa de lo correspondiente a su arrogante talla. ParecÌa una Niobe colosal, y eso que no habÌa tenido hijos: parecÌa un HÈrcules... hembra; parecÌa una matrona romana de las que aÇn hay ejemplares en el Trastevere. Pero lo mÀs notable en ella era la movilidad, la ligereza, la animaciÑn, la gracia de su respetable mole. Para ser una estatua, como pretendÌa el acadÈmico, le faltaba el reposo monumental. Se cimbraba como un junco, giraba como una veleta, bailaba como una peonza. Su rostro era mÀs movible todavÌa, y, por lo tanto, menos escultural. AvivÀbanlo donosamente hasta cinco hoyuelos: dos en una mejilla, otro en otra, otro, muy chico, cerca de la comisura izquierda de sus rientes labios, y el Çltimo, muy grande, en medio de su redonda barba. Aßadid a esto los picarescos mohines, los graciosos guißos y las varias posturas de cabeza que amenizaban su conversaciÑn, y formarÈis idea de aquella cara llena de sal y de hermosura y radiante siempre de salud y alegrÌa. Ni la seßÀ Frasquita ni el tÌo Lucas eran andaluces: ella era


navarra y Èl murciano. El habÌa ido a la ciudad de ***, a la edad de quince aßos, como medio paje, medio criado del Obispo anterior al que entonces gobernaba aquella Iglesia. EducÀbalo su protector para clÈrigo, y tal vez con esta mira y para que no careciese de congrua, dejÑle en su testamento el molino; pero el tÌo Lucas, que a la muerte de Su IlustrÌsima no estaba ordenado mÀs que de menores ahorcÑ los hÀbitos en aquel punto y hora, y sentÑ plaza de soldado, mÀs ganoso de ver mundo y correr aventuras que de decir Misa o de moler trigo. En 1793 hizo la campaßa de los Pirineos Occidentales, como Ordenanza del valiente General don Ventura Caro; asistiÑ al asalto de Castillo PißÑn, y permaneciÑ luego largo tiempo en las provincias del Norte, donde tomÑ la licencia absoluta. En Estella conociÑ a la seßÀ Frasquita, que entonces sÑlo se llamaba Frasquita; la enamorÑ se casÑ con ella, y se la llevÑ a AndalucÌa en busca de aquel molino que habÌa de verlos tan pacÌficos y dichosos durante el resto de su peregrinaciÑn por este valle de lÀgrimas y risas. La seßÀ Frasquita, pues, trasladada de Navarra a aquella soledad, no habÌa adquirido ningÇn hÀbito andaluz, y se diferenciaba mucho de las mujeres campesinas de los contornos. VestÌa con mÀs sencillez, desenfado y elegancia que ellas; lavaba mÀs sus carnes, y permitÌa al sol y al aire acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta. Usaba, hasta cierto punto, el traje de las seßoras de aquella Època, el traje de las mujeres de Goya, el traje de la reina MarÌa Luisa: si no falda de medio paso, falda de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus menudos pies y el arranque de su soberana pierna: llevaba el escote redondo y bajo, al estilo de Madrid, donde se detuvo dos meses con su Lucas al trasladarse de Navarra a AndalucÌa; todo el pelo recogido en lo alto de la coronilla, lo cual dejaba campear la gallardÌa de su cabeza y de su cuello; sendas arracadas en las diminutas orejas, y muchas sortijas en los


afilados dedos de sus duras pero limpias manos. Por Çltimo: la voz de la seßÀ Frasquita tenÌa todos los tonos del mÀs extenso y melodioso instrumento, y su carcajada era tan alegre y argentina, que parecÌa un repique de SÀbado de Glorla. Retratemos ahora al tÌo Lucas.


V. Un hombre visto desde fuera.
El tÌo Lucas era mÀs feo que Picio. Lo habÌa sido toda su vida, y ya tenÌa cerca de cuarenta aßos. Sin embargo, pocos hombres tan simpÀticos y agradables habrÀ echado Dios al mundo. Prendado de su viveza, de su ingenio y de su gracia, el difunto Obispo se lo pidiÑ a sus padres, que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto Su IlustrÌsima, y dejado que hubo el mozo el Seminario por el Cuartel, distinguiÑle entre todo su EjÈrcito el General Caro, y lo hizo su Ordenanza mÀs Ìntimo, su verdadero criado de campaßa. Cumplido, en fin, el empeßo militar, fuele tan fÀcil al tÌo Lucas rendir el corazÑn de la seßÀ Frasquita, como fÀcil le habÌa sido captarse el aprecio del General y del Prelado. La navarra, que tenÌa a la sazÑn veinte abriles, y era el ojo derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa llena de malicia, pero tambiÈn de dulzura, de aquel murciano tan atrevido tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que acabÑ por trastornar el juicio, no sÑlo a la codiciada beldad, sino tambiÈn a su padre y a su madre. Lucas era en aquel entonces, y seguÌa siendo en la fecha a que nos referimos, de pequeßa estatura (a los menos con relaciÑn a su mujer), un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampißo, narigÑn, orejudo y picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. DijÈrase que sÑlo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como


empezaba a penetrarse dentro de Èl aparecÌan sus perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venÌa la voz, vibrante, elÀstica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y melosa cuando pedÌa algo, y siempre difÌcil de resistir. Llegaba despuÈs lo que aquella voz decÌa: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo... Y, por Çltimo, en el alma del tÌo Lucas habÌa valor, lealtad, honradez, sentido comÇn, deseo de saber y conocimientos instintivos o empÌricos de muchas cosas, profundo desdÈn a los necios, cualquiera que fuese su categorÌa social, y cierto espÌritu de ironÌa, de burla y de sarcasmo, que le hacÌan pasar, a los ojos del AcadÈmico, por un don Francisco de Quevedo en bruto. Tal era por dentro y por fuera el tÌo Lucas.


VI. Habilidades de los cÑnyuges.
Amaba, pues, locamente la seßÀ Frasquita al tÌo Lucas, y considerÀbase la mujer mÀs feliz del mundo al verse adorada por Èl. No tenÌan hijos, segÇn que ya sabemos, y habÌase consagrado cada uno a cuidar y mimar al otro con esmero indecible, pero sin que aquella tierna solicitud ostentase el carÀcter sentimental y empalagoso, por lo zalamero, de casi todos los matrimonios sin sucesiÑn. Al contrario tratÀbanse con una llaneza, una alegrÌa, una broma y una confianza semejantes a las de aquellos nißos, camaradas de juegos y de diversiones, que se quieren con toda el alma sin decÌrselo jamÀs, ni darse a sÌ mismos cuenta de lo que sienten. ¡Imposible que haya habido sobre la tierra molinero mejor peinado, mejor vestido, mÀs regalado en la mesa, rodeado de mÀs comodidades en su casa, que el tÌo Lucas! ¡Imposible que ninguna molinera ni ninguna reina haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos agasajos, de tantas finezas como la seßa Frasquita! ¡Imposible tambiÈn que ningÇn molino haya encerrado tantas cosas necesarias, Çtiles, agradables, recreativas y hasta superfluas, como el que va a servir de teatro a casi toda la presente historia! ContribuÌa mucho a ello que la seßÀ


Frasquita, la pulcra, hacendosa, fuerte y saludable navarra, sabÌa, querÌa y podÌa guisar, coser, bordar, barrer, hacer dulce, lavar, planchar, blanquear la casa, fregar el cobre, amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar la guitarra y los palillos, jugar a la brisca y al tute, y otras muchÌsimas cosas cuya relaciÑn fuera interminable. Y contribuÌa no menos al mismo resultado el que el tÌo Lucas sabÌa, querÌa y podÌa dirigir la molienda, cultivar el campo, cazar, pescar, trabajar de carpintero, de herrero y de albaßil, ayudar a su mujer en todos los quehaceres de la casa, leer, escribir, contar, etc., etc. Y esto sin hacer menciÑn de los ramos de lujo, o sea de sus habilidades extraordinarias. Por ejemplo: el tÌo Lucas adoraba las flores (lo mismo que su mujer), y era floricultor tan consumado, que habÌa conseguido producir ejemplares nuevos, por medio de laboriosas combinaciones. TenÌa algo de Ingeniero natural, y lo habÌa demostrado construyendo una presa, un sifÑn y un acueducto que triplicaron el agua del molino. HabÌa enseßado a bailar a un perro, domesticado una culebra, y hecho que un loro diese la hora por medio de gritos, segÇn las iba marcando un reloj de sol que el molinero habÌa trazado en una pared; de cuyas resultas, el loro daba ya la hora con toda precisiÑn, hasta en los dÌas nublados y durante la noche. Finalmente: en el molino habÌa una huerta, que producÌa toda clase de frutas y legumbres; un estanque encerrado en una especie de quiosco de jazmines, donde se baßaban en verano el tÌo Lucas y la seßÀ Frasquita; un jardÌn; una estufa o invernadero para las plantas exÑticas; una fuente de agua potable; dos burras en que el matrimonio iba a la ciudad o a los pueblos de las cercanÌas; gallinero, palomar, pajarera, criadero de peces, criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los jazmines; jaraÌz o lagar, con su bodega correspondiente, ambas cosas en miniatura; horno, telar, fragua, taller de carpinterÌa, etc., etc., todo ello reducido a una casa de ocho habitaciones y a dos fanegas de tierra, y tasado en la cantidad de diez mil reales.


VII. El fondo de la felicidad.
AdorÀbanse, sÌ, locamente el molinero y la molinera, y aÇn se hubiera creÌdo que ella lo querÌa mÀs a Èl que Èl a ella, no obstante ser Èl tan feo y ella tan hermosa. DÌgolo porque la seßÀ Frasquita solÌa tener celos y pedirle cuentas al tÌo Lucas cuando Èste tardaba mucho en regresar de la ciudad o de los pueblos adonde iba por grano, mientras que el tÌo Lucas veÌa hasta con gusto las atenciones de que era objeto la seßÀ Frasquita por parte de los seßores que frecuentaban el molino; se ufanaba y regocijaba de que a todos les agradase tanto como a Èl, y, aunque comprendÌa que en el fondo del corazÑn se la envidiaban algunos de ellos, la codiciaban como simples mortales y hubieran dado cualquier cosa porque fuera menos mujer de bien, la dejaba sola dÌas enteros sin el menor cuidado, y nunca le preguntaba luego quÈ habÌa hecho ni quiÈn habÌa estado allÌ durante su ausencia... No consistÌa aquello, sin embargo, en que el amor del tÌo Lucas fuese menos vivo que el de la seßÀ Frasquita. ConsistÌa en que Èl tenÌa mÀs confianza en la virtud de aquÈlla que ella en la de Èl; consistÌa en que Èl la aventajaba en penetraciÑn y sabÌa


hasta quÈ punto era amado y cuÀnto se respetaba su mujer a sÌ misma; y consistÌa principalmente en que el tÌo Lucas era todo un hombre: un hombre como el de Shakespeare, de pocos e indivisibles sentimientos; incapaz de dudas, que creÌa o morÌa; que amaba o mataba; que no admitÌa gradaciÑn ni trÀnsito entre la suprema felicidad y el exterminio de su dicha. Era, en fin, un Otelo de Murcia, con alpargatas y montera, en el primer acto de una tragedia posible... Pero ¿a quÈ estas notas lÇgubres en una tonadilla alegre? ¿A quÈ estos relÀmpagos fatÌdicos en una atmÑsfera tan serena? ¿A quÈ estas actitudes melodramÀticas en un cuadro de gÈnero? Vais a saberlo inmediatamente.


VIII. El hombre del sombrero de tres picos.
Eran las dos de una tarde de octubre. El esquilÑn de la catedral tocaba a vÌsperas, lo cual equivale a decir que ya habÌan comido todas las personas principales de la ciudad. Los canÑnigos se dirigÌan al Coro, y los seglares a sus alcobas a dormir la siesta, sobre todo aquellos que por razÑn de oficio, v. gr., las Autoridades, habÌan pasado la maßana entera trabajando. Era, pues, muy de extraßar que a aquella hora, impropia ademÀs para dar un paseo, pues todavÌa hacÌa demasiado calor, saliese de la ciudad, a pie, y seguido de un solo alguacil, el ilustre seßor Corregidor de la misma, a quien no podÌa confundirse con ninguna otra persona, ni de dÌa ni de noche, asÌ por la enormidad de su sombrero de tres picos y por lo vistoso de su capa de grana, como por lo particularÌsimo de su grotesco donaire...


De la capa de grana y del sombrero de tres picos, son muchas todavÌa las personas que pudieran hablar con pleno conocimiento de causa. Nosotros entre ellas, lo mismo que todos los nacidos en aquella ciudad en las postrimerÌas del reinado del seßor don Fernando VII, recordamos haber visto colgados de un clavo, Çnico adorno de desmantelada pared, en la ruinosa torre de la casa que habitÑ Su SeßorÌa (torre destinada a la sazÑn a los infantiles juegos de sus nietos) aquellas dos anticuadas prendas, aquella capa y aquel sombrero­el negro sombrero encima, y la roja capa debajo­, formando una especie de espectro del Absolutismo, una especie de sudario del Corregidor, una especie de caricatura retrospectiva de su poder, pintada con carbÑn y almagre, como tantas otras, por los pÀrvulos constitucionales de la de 1837 que allÌ nos reunÌamos; una especie, en fin, de espanta-pÀjaros, que en otro tiempo habÌa sido espantahombres, y que hoy me da miedo de haber contribuido a escarnecer, paseÀndolo por aquella histÑrica ciudad, en dÌas de Carnestolendas, en lo alto de un deshollinador, o sirviendo de disfraz irrisorio al idiota que mÀs hacÌa reir a la plebe... ¡Pobre principio de autoridad! ¡AsÌ te hemos puesto los mismos que hoy te invocamos tanto! En cuanto al indicado grotesco donaire del seßor Corregidor, consistÌa (dicen) en que era cargado de espaldas..., todavÌa mÀs cargado de espaldas que el tÌo Lucas..., casi jorobado, por decirlo de una vez: de estatura menos que mediana; endeblillo; de mala salud; con las piernas arqueadas y una manera de andar sui generis (balanceÀndose de un lado a otro y de atrÀs hacia adelante), que sÑlo se puede describir con la absurda fÑrmula de que parecÌa cojo de los dos pies. En cambio (aßade la tradiciÑn), su rostro era regular, aunque ya bastante arrugado por la falta absoluta de dientes y muelas; moreno verdoso, como el de casi todos los hijos de las Castillas; con


grandes ojos oscuros, en que relampagueaban la cÑlera, el despotismo y la lujuria; con finas y traviesas facciones, que no tenÌan la expresiÑn del valor personal, pero sÌ la de una malicia artera capaz de todo, y con cierto aire de satisfacciÑn, medio aristocrÀtico, medio libertino, que revelaba que aquel hombre habrÌa sido, en su remota juventud, muy agradable y acepto a las mujeres, no obstante sus piernas y su joroba. Don Eugenio de ZÇßiga y Ponce de LeÑn (que asÌ se llamaba Su SeßorÌa) habÌa nacido en Madrid, de familia ilustre; frisarÌa a la sazÑn en los cincuenta y cinco aßos, y llevaba cuatro de Corregidor en la ciudad de que tratamos, donde se casÑ, a poco de llegar, con la principalÌsima seßora que diremos mÀs adelante. Las medias de don Eugenio (Çnica parte que, ademÀs de los zapatos, dejaba ver de su vestido la extensÌsima capa de grana) eran blancas, y los zapatos negros, con hebilla de oro. Pero luego que el calor del campo lo obligÑ a desembozarse, vÌdose que llevaba gran corbata de batista; chupa de sarga de color de tÑrtola, muy festoneada de ramillos verdes, bordados de realce; calzÑn corto, negro, de seda; una enorme casaca de la misma estofa que la chupa; espadÌn con guarniciÑn de acero; bastÑn con borlas, y un respetable par de guantes (o quirotecas) de gamuza pajiza, que no se ponÌa nunca y que empußaba a guisa de cetro. El alguacil, que seguÌa veinte pasos de distancia al seßor Corregidor, se llamaba Gardußa, y era la propia estampa de su nombre. Flaco, agilÌsimo, mirando adelante y atrÀs y a derecha e izquierda al propio tiempo que andaba, de largo cuello; de diminuto y repugnante rostro, y con dos manos como dos manojos de disciplinas, parecÌa juntamente un hurÑn en busca de criminales, la cuerda que habÌa de atarlos, y el instrumento destinado a su castigo.


El primer Corregidor que le echÑ la vista encima, le dijo sin mÀs informes: "TÇ serÀs mi verdadero alguacil..." Y ya lo habÌa sido de cuatro Corregidores. TenÌa cuarenta y ocho aßos, y llevaba sombrero de tres picos, mucho mÀs pequeßo que el de su seßor (pues repetimos que el de este era descomunal), capa negra como las medias y todo el traje, bastÑn sin borlas, y una especie de asador por la espalda. Aquel espantajo negro parecÌa la sombra de su vistoso amo.


IX. ¡Arre, burra!
Por donde quiera que pasaban el personaje y su apÈndice, los labradores dejaban sus faenas y se descubrÌan hasta los pies, con mÀs miedo que respeto; despuÈs de lo cual decÌan en voz baja: ­¡Temprano va esta tarde el seßor Corregidor, a ver a la seßÀ Frasquita! ­¡Temprano. .. y solo!­aßadÌan algunos, acostumbrados a verlo siempre dar aquel paseo en compaßÌa de otras varias personas. ­Oye, tÇ, Manuel: ¿por quÈ irÀ solo esta tarde el seßor Corregidor a ver a la navarra?­le preguntÑ una lugareßa a su marido, el cual la llevaba a grupas en la bestia. Y, al mismo tiempo que la pregunta, le hizo cosquillas por vÌa de retintÌn. ­¡No seas mal pensada, Josefa!­exclamÑ el buen hombre­.


La seßÀ Frasquita es incapaz... ­No digo lo contrario... Pero el Corregidor no es por eso incapaz de estar enamorado de ella... Yo he oÌdo decir que, de todos los que van a las francachelas del molino, el Çnico que lleva mal fin es ese madrileßo tan aficionado a faldas... ­¿Y quÈ sabes tÇ si es o no aficionado a faldas?­preguntÑ a su vez el marido. ­No lo digo por mÌ... ¡Ya se hubiera guardado, por mÀs Corregidor que sea, de decirme los ojos tienes negros! La que asÌ hablaba era fea en grado superlativo. ­Pues mira, hija, ¡allÀ ellos!­replicÑ el llamado Manuel­. Yo no creo al tÌo Lucas hombre de consentir... ¡Bonito genio tiene el tÌo Lucas cuando se enfada!... ­Pero, en fin, ¡si ve que le conviene!...­aßadiÑ la tÌa Josefa, retorciendo el hocico. ­El tÌo Lucas es hombre de bien...­repuso el lugareßo­ y a un hombre de bien nunca pueden convenirle ciertas cosas... ­Pues entonces, tienes razÑn... ¡AllÀ ellos! ¡Si yo fuera la seßÀ Frasquita!... ­¡Arre, burra!­gritÑ el marido para mudar de conversaciÑn. Y la burra saliÑ al trote; con lo que no pudo oÌrse el resto del diÀlogo.



X. Desde la parra.
Mientras asÌ discurrian los labriegos que saludaban al seßor Corregidor, la seßÀ Frasquita regaba y barrÌa cuidadosamente la plazoletilla empedrada que servÌa de atrio o compÀs al molino, y colocaba media docena de sillas debajo de lo mÀs espeso del emparrado, en el cual estaba subido el tÌo Lucas, cortando los mejores racimos y arreglÀndolos artÌsticamente en una cesta. ­¡Pues sÌ, Frasquita!­decÌa el tÌo Lucas desde lo alto de la parra­: el seßor Corregidor estÀ enamorado de ti de muy mala manera... ­Ya te lo dije yo hace tiempo­contestÑ la mujer del Norte­... Pero ¡dÈjalo que pene! ¡Cuidado, Lucas, no te vayas a caer! ­Descuida: estoy bien agarrado... tambiÈn le gustas mucho al seßor... ­¡Mira! ¡No me des mÀs noticias!­interrumpiÑ ella­. ¡Demasiado sÈ yo a quiÈn le gusto y a quiÈn no le gusto! ¡OjalÀ supiera del mismo modo por quÈ no te gusto a ti!


­¡Toma! Porque eres muy fea. ..­contestÑ el tÌo Lucas. ­Pues oye..., ¡fea y todo, soy capaz de subir a la parra y echarte de cabeza al suelo!... ­MÀs fÀcil serÌa que yo no te dejase bajar de la parra sin comerte viva... ­¡Eso es!.. . ¡Y cuando vinieran mis galanes y nos viesen ahÌ, dirÌan que Èramos un mono y una mona!... ­Y acertarÌan; porque tÇ eres muy mona y muy rebonita, y yo parezco un mono con esta joroba... ­Que a mÌ me gusta muchÌsimo... ­Entonces te gustarÀ mÀs la del Corregidor, que es mayor que la mÌa... ­¡Vamos! ¡Vamos! seßor don Lucas... ¡No tenga usted tantos celos!... ­¿Celos yo de ese viejo petate? ¡Al contrario; me alegro muchÌsimo de que te quiera!... ­¿Por quÈ? ­Porque en el pecado lleva la penitencia. ¡TÇ no has de quererlo nunca, y yo soy entre tanto el verdadero Corregidor de la ciudad! ­¡Miren el vanidoso! Pues figÇrate que llegase a quererlo...


¡Cosas mÀs raras se ven en el mundo! ­Tampoco me darÌa gran cuidado... ­¿Por quÈ ? ­¡Porque entonces tÇ no serÌas ya tÇ y, no siendo tÇ quien eres, o como yo creo que eres, maldito lo que me importarÌa que te llevasen los demonios! ­Pues bien; ¿quÈ harÌas en semejante caso? ­¿Yo? ¡Mira lo que no sÈ!... Porque, como entonces yo serÌa otro y no el que soy ahora, no puedo figurarme lo que pensarÌa... ­¿Y por quÈ serÌas entonces otro?­insistiÑ valientemente la seßÀ Frasquita, dejando de barrer y poniÈndose en jarras para mirar hacia arriba. El tÌo Lucas se rascÑ la cabeza, como si escarbara para sacar de ella alguna idea muy profunda, hasta que al fin dijo con mÀs seriedad y pulidez que de costumbre: ­SerÌa otro porque yo soy ahora un hombre que cree en ti como en sÌ mismo, y que no tiene mÀs vida que esa fe. De consiguiente, al dejar de creer en ti, me morirÌa o me convertirÌa en un nuevo hombre; vivirÌa de otro modo; me parecerÌa que acababa de nacer; tendrÌa otras entraßas. Ignoro, pues, lo que harÌa entonces contigo... Puede que me echara a reÌr y te volviera la espalda... Puede que ni siquiera te conociese... Puede que... Pero ¡vaya un gusto que tenemos en ponernos de mal humor sin necesidad! ¿QuÈ nos importa a nosotros que te quieran todos los


Corregidores del mundo? ¿No eres tÇ mi Frasquita? ­¡Si, pedazo de bÀrbaro!­contestÑ la navarra, riendo a mÀs no poder­. Yo soy tu Frasquita, y tÇ eres mi Lucas de mi alma, mÀs feo que el bu, con mÀs talento que todos los hombres, mÀs bueno que el pan, y mÀs querido... ¡Ah, lo que es eso de querido, cuando bajes de la parra lo verÀs! ¡PrepÀrate a llevar mÀs bofetadas y pellizcos que pelos tienes en la cabeza! Pero, ¡calla! ¿QuÈ es lo que veo? El seßor Corregidor viene por alli completamente solo... ¡Y tan tempranito!... Ese trae plan... ¡Por lo visto, tÇ tenÌas razÑn!.. . ­Pues aguÀntate, y no le digas que estoy subido en la parra. ¡Ese viene a declararse a solas contigo, creyendo pillarme durmiendo la siesta!... Quiero divertirme oyendo su explicaciÑn. AsÌ dijo el tÌo Lucas, alargando la cesta a su mujer. ­¡No estÀ mal pensado!­exclamÑ ella, lanzando nuevas carcajadas­. ¡El demonio del madrileßo! ¿QuÈ se habrÀ creÌdo que es un Corregidor para mÌ? Pero aquÌ llega... Por cierto que Gardußa, que lo seguÌa a alguna distancia, se ha sentado en la ramblilla a la sombra... ¡QuÈ majaderÌa! OcÇltate tÇ bien entre los pÀmpanos, que nos vamos a reÌr mÀs de lo que te figuras... Y, dicho esto, la hermosa navarra rompiÑ a cantar el fandango, que ya le era tan familiar como las canciones de su tierra.


XI. El bombardeo de Pamplona.
voz, apareciendo bajo el emparrado y andando de puntillas. ­¡Tanto bueno, seßor Corregidor!­respondiÑ ella en voz natural, haciÈndole mil reverencias­. ¡UsÌa por aquÌ a estas horas! ¡Y con el calor que hace! ¡Vaya, siÈntese Su SeßorÌa!... Esto estÀ fresquito. ¿CÑmo no ha aguardado Su SeßorÌa a los demÀs seßores? AquÌ tienen ya preparados sus asientos... Esta tarde esperamos al seßor Obispo en persona, que le ha prometido a mi Lucas venir a probar las primeras uvas de la parra. ¿Y cÑmo lo pasa Su SeßorÌa? ¿CÑmo estÀ la Seßora? El Corregidor se habÌa turbado. La ansiada soledad en que encontraba a la seßÀ Frasquita le parecÌa un sueßo, o un lazo que le tendÌa la enemiga suerte para hacerle caer en el abismo de un desengaßo. LimitÑse, pues, a contestar:

­D

ios te guarde, Frasquita...­dijo el Corregidor a media


­No es tan temprano como dices... SerÀn las tres y media... El loro dio en aquel momento un chillido. ­Son las dos y cuarto­dijo la navarra, mirando de hito en hito al madrileßo. Este callÑ, como reo convicto que renuncia a la defensa. ­¿Y Lucas? ¿Duerme?­preguntÑ al cabo de un rato. (Debemos advertir aquÌ que el Corregidor, lo mismo que todos los que no tienen dientes, hablaba con una pronunciaciÑn floja y sibilante, como si se estuviese comiendo sus propios labios.) ­¡De seguro!­contestÑ la seßa Frasquita­. En llegando estas horas se queda dormido donde primero le coge, aunque sea en el borde de un precipicio... ­Pues, mira... ¡dÈjalo dormir!...­exclamÑ el viejo Corregidor, poniÈndose mÀs pÀlido de lo que ya era­. Y tÇ, mi querida Frasquita, escÇchame..., oye... ven acÀ... ¡SiÈntate aquÌ a mi lado!... Tengo muchas cosas que decirte... ­Ya estoy sentada­respondiÑ la Molinera, agarrando una silla baja y plantÀndola delante del Corregidor, a cortÌsima distancia de la suya. Sentado que se hubo, Frasquita echÑ una pierna sobre la otra, inclinÑ el cuerpo hacia adelante, apoyÑ un codo sobre la rodilla cabalgadora, y la fresca y hermosa cara en una de sus manos; y asÌ, con la cabeza un poco ladeada, la sonrisa en los labios, los cinco hoyos en actividad, y las serenas pupilas


clavadas en el Corregidor, aguardÑ la declaraciÑn de Su SeßorÌa. Hubiera podido comparÀrsela con Pamplona esperando un bombardeo. El pobre hombre fue a hablar, y se quedÑ con la boca abierta, embelesado ante aquella grandiosa hermosura, ante aquella esplendidez de gracias, ante aquella formidable mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de limpia y riente boca, de azules e insondables ojos, que parecÌa creada por el pincel de Rubens. ­¡Frasquita!...­murmurÑ al fin el delegado del Rey, con acento desfallecido, mientras que su marchito rostro, cubierto de sudor, destacÀndose sobre su joroba, expresaba una inmensa angustia­. ¡Frasquita!. .. ­¡Me llamo!­contestÑ la hija de los Pirineos­. ¿Y quÈ? ­Lo que tÇ quieras...­repuso el viejo con una ternura sin lÌmites. ­Pues lo que yo quiero...­dijo la Molinera­, ya lo sabe UsÌa. Lo que yo quiero es que UsÌa nombre Secretario del Ayuntamiento de la Ciudad a un sobrino mÌo que tengo en Estella..., y que asÌ podrÀ venirse de aquellas montaßas, donde estÀ pasando muchos apuros... ­Te he dicho, Frasquita, que eso es imposible. El Secretario actual... ­¡Es un ladrÑn, un borracho y un bestia! ­Ya lo sÈ... Pero tiene buenas aldabas entre los Regidores


Perpetuos, y yo no puedo nombrar otro sin acuerdo del Cabildo. De lo contrarlo, me expongo... ­¡Me expongo! ... ¡Me expongo!... ¿A que no nos expondrÌamos por Vuestra SeßorÌa hasta los gatos de esta casa? ­¿Me querrÌas a este precio ?­tartamudeÑ el Corregidor. ­No, seßor, que lo quiero a UsÌa de balde. ­¡Mujer, no me des tratamiento! HÀblame de usted o como se te antoje... ¿Conque vas a quererme? Di. ­¿No le digo a usted que lo quiero ya? ­No hay pero que valga ¡VerÀ usted quÈ guapo y quÈ hombre de bien es mi sobrino! ­¡TÇ sÌ que eres guapa, Frascuela!... ­¿Le gusto a usted? ­¡Que si me gustas! . . . ¡No hay mujer como tÇ! ­Pues mire usted... AquÌ no hay nada postizo...­contesto la seßa Frasquita, acabando de arrollar la manga de su jubÑn, y mostrando al Corregidor el resto de su brazo, digno de una cariÀtide y mÀs blanco que una azucena. ­¡Que si me gustas!...­prosiguiÑ el Corregidor­. ¡De dÌa, de noche, a todas horas, en todas partes, solo pienso en ti!... ­¡Pues, quÈ! ¿No le gusta a usted la seßora Corregidora


?­preguntÑ la sehÀ Frasquita con tan mal fingida compasiÑn, que hubiera hecho reÌr a un hipocondrÌaco­. ¡QuÈ lÀstima! Mi Lucas me ha dicho que tuvo el gusto de verla y de hablarle cuando fue a componerle a usted el reloj de la alcoba, y que es muy guapa, muy buena y de un trato muy carißoso. ­¡No tanto! ¡No tanto!­murmurÑ el Corregidor con cierta amargura. ­En cambio, otros me han dicho­prosiguiÑ la Molinera­que tiene muy mal genio, que es muy celosa y que usted le tiembla mÀs que a una vara verde... ­¡No tanto, mujer!...­repitiÑ don Eugenio de ZÇßiga y Ponce de LeÑn, poniÈndose colorado­. ¡Ni tanto ni tan poco! La Seßora tiene sus manÌas, es cierto; mas de ello a hacerme temblar, hay mucha diferencia. ¡Yo soy el Corregidor! . . . ­Pero, en fin, ¿la quiere usted, o no la quiere? ­Te dirÈ... Yo la quiero mucho... o, por mejor decir, la querÌa antes de conocerte. Pero desde que te vi, no sÈ lo que me pasa, y ella misma conoce que me pasa algo . BÀstete saber que hoy .., tomarle, por ejemplo, la cara a mi mujer me hace la misma operaciÑn que si me la tomara a mÌ propio... ¡Ya ves, que no puedo quererla mÀs sin sentir menos!... ¡Mientras que por coger esa mano, ese brazo, esa cara, esa cintura, darÌa lo que no tengo! Y, hablando asÌ, el Corregidor tratÑ de apoderarse del brazo desnudo que la seßÀ Frasquita le estaba refregando materialmente por los ojos; pero Èsta, sin descomponerse, extendiÑ la mano, tocÑ el pecho de Su SeßorÌa con la pacÌfica violencia e incontrastable rigidez de la trompa de un elefante, y


lo tirÑ de espaldas con silla y todo. ­¡Ave Maria PurÌsima!­exclamÑ entonces la navarra, riÈndose a mÀs no poder­. Por lo visto, esa silla estaba rota... ­¿QuÈ pasa ahÌ?­exclamÑ en esto el tÌo Lucas, asomando su feo rostro entre los pÀmpanos de la parra. El Corregidor estaba todavÌa en el suelo boca arriba, y miraba con un terror indecible a aquel hombre que aparecÌa en los aires boca abajo. HubiÈrase dicho que Su SeßorÌa era el Diablo, vencido, no por San Miguel, sino por otro Demonio del infierno. ­¿QuÈ ha de pasar?­se apresurÑ a responder la seßÀ Frasquita­. ¡Que el seßor Corregidor puso la silla en vago, fue a mecerse, y se ha caÌdo!... ­¡JesÇs, Maria y JosÈ!­exclamÑ a su vez el Molinero­. ¿Y se ha hecho daßo Su SeßorÌa ? ¿Quiere un poco de agua y vinagre ? ­¡No me he hecho nada!­dijo el Corregidor, levantÀndose como pudo. Y luego aßadiÑ por lo bajo, pero de modo que pudiera oÌrlo la seßÀ Frasquita: ­¡Me la pagarÈis! ­Pues, en cambio, Su SeßorÌa me ha salvado a mÌ la vida­repuso el tÌo Lucas sin moverse de lo alto de la parra­.


FigÇrate, mujer, que estaba yo aquÌ sentado contemplando las uvas, cuando me quedÈ dormido sobre una red de sarmientos y palos que dejaban claros suficientes para que pasase mi cuerpo... Por consiguiente, si la caida de Su SeßorÌa no me hubiese despertado tan a tiempo, esta tarde me habrÌa yo roto la cabeza contra esas piedras. ­Conque si..., ¿eh ? ...­replicÑ el Corregidor­. Pues, ¡vaya, hombre!, me alegro... ¡Te digo que me alegro mucho de haberme caÌdo! ­¡Me la pagarÀs!­agregÑ en seguida, dirigiÈndose a la Molinera. Y pronunciÑ estas palabras con tal expresiÑn de reconcentrada furia, que la seßÀ Frasquita se puso triste. VeÌa claramente que el Corregidor se asustÑ al principio, creyendo que el Molinero lo habÌa oÌdo todo; pero que persuadido ya de que no habÌa oÌdo nada (pues la calma y el disimulo del tÌo Lucas hubieran engaßado al mÀs lince), empezaba a abandonarse a toda su iracundia y a concebir planes de venganza. ­¡Vamos! ¡BÀjate ya de ahÌ y ayÇdame a limpiar a Su SeßorÌa, que se ha puesto perdido de polvo!­exclamÑ entonces la Molinera. Y mientras el tio Lucas bajaba, dÌjole ella al Corregidor, dÀndole golpes con el delantal en la chupa y alguno que otro en las orejas: ­El pobre no ha oÌdo nada... Estaba dormido como un


tronco... MÀs que estas frases, la circunstancia de haber sido dichas en voz baja, afectando complicidad y secreto, produjo un efecto maravilloso. ­¡Picara! ¡Proterva!­balbuceÑ don Eugenio de ZÇßiga con la boca hecha un agua, pero grußendo todavÌa... ­¿Me guardarÀ UsÌa rencor?­replicÑ la navarra zalameramente. Viendo el Corregidor que la severidad le daba buenos resultados, intentÑ mirar a la seßÀ Frasquita con mucha rabia; pero se encontrÑ con su tentadora risa y sus divinos ojos, en los cuales brillaba la caricia de una sÇplica, y derritiÈndosele la gacha en el acto, le dijo con un acento baboso y silbante, en que se descubrÌa mÀs que nunca la ausencia total de dientes y muelas. ­¡De ti depende, amor mÌo! En aquel momento se descolgÑ de la parra el tÌo Lucas.


XII. Diezmos y primicias.
rÀpida mirada a su esposo y viole, no sÑlo tan sosegado como siempre, sino reventando de ganas de reÌr por resultas de aquella ocurrencia; cambiÑ con Èl desde lejos un beso tirado, aprovechando el primer descuido de don Eugenio, y dÌjole, en fin, a este con una voz de sirena que le hubiera envidiado Cleopatra: ­¡Ahora va Su SeßorÌa a probar mis uvas! Entonces fue de ver a la hermosa navarra (y asÌ la pintaria yo, si tuviese el pincel de Tiziano), plantada enfrente del embelesado Corregidor, fresca, magnÌfica, incitante, con sus nobles formas, con su angosto vestido, con su elevada etatura, con sus desnudos brazos levantados sobre la cabeza, y con un transpaente racimo en cada mano, diciÈndole, entre una sonrisa irresistible y una mirada suplicante en que titilaba el miedo: ­TodavÌa no las ha probado el seßor Obispo... Son las primeras que se cogen este aßo...

R

epuesto el Corregidor en su silla, la Molinera dirigiÑ una


ParecÌa una gigantesca Pomona, brindando frutos a un dios campestre; a un sÀtiro, v. gr. En esto apareciÑ al extremo de la plazoleta empedrada el venerable Obispo de la diÑcesis, acompaßado del abogado acadÈmico y de dos canÑnigos de avanzada edad, y seguido de su secretario, de dos familiares y de dos pajes. DetÇvose un rato Su IlustrÌsima a contemplar aquel cuadro tan cÑmico y tan bello, hasta que, por Çltimo, dijo, con el reposado acento propio de los prelados de entonces: ­El quinto... pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios, nos enseßa la doctrina cristiana; pero usted, seßor Corregidor, no se contenta con administrar el diezmo, sino que tambiÈn trata de comerse las primicias. ­¡El seßor Obispo!­exclamaron los Molineros, dejando al Corregidor y corriendo a besar el anillo al prelado. ­¡Dios se lo pague a Su IlustrÌsima, por venir a honrar esta pobre choza!­dijo el tÌo Lucas, besando el primero, y con acento de muy sincera veneraciÑn. ­¡QuÈ seßor Obispo tengo tan hermoso!­exclamÑ la seßÀ Frasquita, besando despuÈs.­¡Dios lo bendiga y me lo conserve mÀs aßos que le conservÑ el suyo a mi Lucas! ­¡No sÈ quÈ falta puedo hacerte, cuando tÇ me echas las bendiciones, en vez de pedÌrmelas!­contestÑ riÈndose el bondadoso pastor. Y, extendiendo dos dedos, bendijo a la seßÀ Frasquita y despuÈs a los demÀs circunstantes .


­¡AquÌ tiene UsÌa IlustrÌsima las primicias!­dijo el Corregidor, tomando un racimo de manos de la Molinera y presentÀndoselo cortÈsmente al Obispo­. TodavÌa no habÌa yo probado las uvas... El Corregidor pronunciÑ estas palabras, dirigiendo de paso una rÀpida y cÌnica mirada a la esplÈndida hermosura de la Molinera. ­¡Pues no serÀ porque estÈn verdes, como las de la fÀbula!­observÑ el acadÈmico . ­Las de la fÀbula­expuso el Obispo no estaban verdes, seßor licenciado; sino fuera del alcance de la zorra. Ni el uno ni el otro habÌan querido acaso aludir al Corregidor; pero ambas frases fueron casualmente tan adecuadas a lo que acababa de suceder allÌ, que don Eugenio de ZÇßiga se puso lÌvido de cÑlera, y dijo, besando el anillo del prelado: ­¡Eso es llamarme zorro, Seßor IlustrÌsimo! ­Tu dixisti!­replicÑ Èste con la amable severidad de un santo, como diz que lo era en efecto­. Excusatio non petita, accusatio manifesta. Qualis vir, talis oratio. Pero satis am dictum, nullus ultra sit sermo. O, lo que es lo mismo, dejÈmonos de latines, y veamos estas famosas uvas. Y picÑ... una sola vez... en el racimo que le presentaba el Corregidor. ­¡EstÀn muy buenas!­exclamÑ, mirando aquella uva al trasluz y alargÀndosela en seguida a su secretario­. ¡LÀstima que


a mÌ me sienten mal! El secretario contemplÑ tambiÈn la uva; hizo un gesto de cortesana admiraciÑn, y la entregÑ a uno de los familiares. El familiar repitiÑ la acciÑn del Obispo y el gesto del secretario, propasÀndose hasta oler la uva, y luego... Ia colocÑ en la cesta con escrupuloso cuidado, no sin decir en voz baja a la concurrencia: ­Su IlustrÌsima ayuna... El tÌo Lucas, que habÌa seguido la uva con la vista, la cogiÑ entonces disimuladamente, y se la comiÑ sin que nadie lo viera. DespuÈs de esto, sentÀronse todos: hablÑse de la otoßada (que seguÌa siendo muy seca, no obstante haber pasado el cordonazo de San Francisco), discurriÑse algo sobre la probabilidad de una nueva guerra entre NapoleÑn y el Austria; insistiose en la creencia de que las tropas imperiales no invadirÌan nunca el territorio espaßol; quejÑse el abogado de lo revuelto y calamitoso de aquella Època, envidiando los tranquilos tiempos de sus padres (como sus padres habrÌan envidiado los de sus abuelos); dio las cinco el loro..., y, a una seßa del reverendo Obispo, el menor de los pajes fue al coche episcopal (que se habÌa quedado en la misma ramblilla que el alguacil), y volviÑ con una magnÌfica torta sobada, de pan de aceite, polvoreada de sal, que apenas harÌa una hora habÌa salido del horno: colocÑse una mesilla en medio del concurso: descuartizÑse la torta; se dio su parte correspondiente, sin embargo de que se resistieron mucho, al tÌo Lucas y a la seßÀ Frasquita..., y una igualdad verdaderamente democrÀtica reinÑ durante media hora bajo aquellos pÀmpanos que filtraban los Çltimos resplandores del sol poniente...



XIII. Le dijo el grajo al cuervo.
Hora y media despuÈs todos los ilustres compaßeros de merienda estaban de vuelta en la ciudad. El seßor Obispo y su familia habÌan llegado con bastante anticipaciÑn, gracias al coche, y hallÀbanse ya en palacio, donde los dejaremos rezando sus devociones. El insigne abogado (que era muy seco) y los dos canÑnigos (a cuÀl mÀs grueso y respetable) acompaßaron al Corregidor hasta la puerta del Ayuntamiento (donde Su SeßorÌa dijo tener que trabajar), y tomaron luego el camino de sus respectivas casas, guiÀndose por las estrellas como los navegantes, o sorteando a tientas las esquinas, como los ciegos; pues ya habÌa cerrado la noche, aun no habÌa salido la luna, y el alumbrado pÇblico (lo mismo que las demÀs luces de este siglo) todavÌa estaba allÌ en la mente divina. En cambio, no era raro ver discurrir por algunas calles tal o cual linterna o farolillo con que respetuoso servidor alumbraba a


sus magnÌficos amos, quienes se dirigÌan a la habitual tertulia o de visita a casa de sus parientes... Cerca de casi todas las rejas bajas se veÌa (o se olfateaba, por mejor decir), un silencioso bulto negro. Eran galanes que, al sentir pasos, habÌan dejado por un momento de pelar la pava... ­¡Somos unos calaveras!­iban diciendo el abogado y los dos canÑnigos­. QuÈ pensarÀn en nuestras casas al vernos llegar a estas horas? ­Pues ¿quÈ dirÀn los que nos encuentren en la calle, de este modo, a las siete y pico de la noche, como unos bandoleros amparados de las tinieblas? ­Hay que mejorar de conducta... ­¡Ah! SÌ... ¡Pero ese dichoso molino!... ­Mi mujer lo tiene sentado en la boca del estÑmago...­dijo el acadÈmico, con un tono en que se traslucÌa mucho miedo a la prÑxima pelotera conyugal. ­¿Pues y mi sobrina?­exclamÑ uno de los canÑnigos, que por cierto era Penitenciario­. Mi sobrina dice que los sacerdotes no deben visitar comadres... ­Y, sin embargo­interrumpiÑ su compaßero, que era Magistral­, lo que allÌ pasa no puede ser mÀs inocente... ­¡Toma! ¡Como que va el mismÌsimo Obispo! ­Y luego, seßores, ¡a nuestra edad!...­repuso el


Penitenciario­. Yo he cumplido ayer los setenta y cinco. ­¡Es claro!­replicÑ el Maglstral­. Pero hablemos de otra cosa: ¡quÈ guapa estaba esta tarde la seßa Frasquita! ­¡Oh, lo que es eso...; como guapa, es guapa!­dijo el Abogado, afectando imparcialidad. ­Muy guapa...­repitiÑ el Penitenciario dentro del embozo. ­Y si no­aßadiÑ el predicador de Oficio­, que se lo pregunten al Corregidor... ­¡El pobre hombre estÀ enamorado de ella!... ­¡Ya lo creo!­exclamÑ el confesor de la catedral. ­¡De seguro!­agregÑ el acadÈmico correspondiente­. Conque, seßores, yo tomo por aquÌ para llegar antes a casa... ¡Muy buenas noches! ­Buenas noches...­le contestaron los capitulares. Y anduvieron algunos pasos en silencio. ­¡TambiÈn le gusta a ese la Molinera!­murmurÑ entonces el Magistral, dÀndole con el codo al Penitenciario. ­¡Como si lo viera!­respondiÑ este, parÀndose a la puerta de su casa­. ¡Y que bruto es! Conque, hasta maßana, compaßero. Que le sienten a usted muy bien las uvas. ­Hasta maßana, si Dios quiere... Que pase usted muy buena noche.


­¡Buenas noches nos dÈ Dios!­rezÑ el Penitenciario, ya desde el portal, que por mÀs seßas tenÌa farol y Virgen. Y llamÑ a la aldaba. Una vez solo en la calle, el otro canÑnigo (que era mÀs ancho que alto, y que parecÌa que rodaba al andar) siguiÑ avanzando lentamente hacia su casa; pero, antes de llegar a ella, cometiÑ contra una pared cierta falta que en el porvenir habÌa de ser objeto de un bando de policÌa, y dijo al mismo tiempo, pensando sin duda en su cofrade de Coro: ­¡TambiÈn te gusta a ti la seßÀ Frasquita!... ¡Y la verdad es­aßadiÑ al cabo de un momento­que, como guapa, es guapa!


XIV. Los consejos de Gardußa.
Entre tanto, el Corregidor habÌa subido al Ayuntamiento, acompaßado de Gardußa, con quien mantenÌa hacÌa rato, en el salÑn de sesiones, una conversacion mÀs familiar de lo correspondiente a persona de su calidad y oficio. ­¡Crea UsÌa a un perro perdiguero que conoce la caza!­decÌa el innoble alguacil­. La seßÀ Frasquita estÀ perdidamente enamorada de UsÌa, y todo lo que UsÌa acaba de contarme contribuye a hacÈrmelo ver mÀs claro que esa luz... Y seßalaba un velÑn de Lucena, que apenas si esclarecÌa la octava parte del salÑn. ­¡No estoy yo tan seguro como tÇ, Gardußa!­contestÑ don Eugenio, suspirando lÀnguidamente. ­¡Pues no sÈ por quÈ! Y, si no, hablemos con franqueza. UsÌa, dicho sea con perdÑn, tiene una tacha en su cuerpo. . . ¿ No


es verdad? ­¡Bien, sÌ!­repuso el Corregidor­. Pero esa tacha la tiene tambiÈn el tÌo Lucas. ¡El es mÀs jorobado que yo! ­¡Mucho mÀs! ¡MuchÌsimo mÀs! ¡sin comparaciÑn de ninguna especie! Pero en cambio, y es a lo que iba, UsÌa tiene una cara de muy buen ver..., lo que se dice una bella cara..., mientras que el tÌo Lucas se parece al sargento Utrera, que reventÑ de feo. El Corregidor sonriÑ con cierta ufanÌa. ­AdemÀs­prosiguiÑ el alguacil­, la seßÀ Frasquita es capaz de tirarse por una ventana con tal de agarrar el nombramiento de su sobrino... ­¡Hasta ahÌ estamos de acuerdo! ¡Ese nombramiento es mi Çnica esperanza! ­¡Pues manos a la obra, seßor! Ya le he explicado a UsÌa mi plan... ¡No hay mÀs que ponerlo en ejecuciÑn esta misma noche! ­¡Te he dicho muchas veces que no necesito consejos!­gritÑ don Eugenio, acordÀndose de pronto de que hablaba con un inferior. ­CreÌ que UsÌa me los habÌa pedido­balbuceÑ Gardußa. ­¡No me repliques! Gardußa saludÑ.


­¿Conque decÌas­prosiguiÑ el de ZÇßiga, volviendo a amansarse­que esta misma noche puede arreglarse todo eso? Pues ¡mira hijo!, me parece muy bien. ¡QuÈ diablos! ¡AsÌ saldrÈ pronto de esta cruel incertidumbre! Gardußa guardÑ silencio. El Corregidor se dirigiÑ al bufete y escribiÑ algunas lÌneas en un pliego de papel sellado que sellÑ tambiÈn por su parte, guardÀndolo luego en la faltriquera. ­¡Ya estÀ hecho el nombramiento del sobrino!­dijo entonces tomando un polvo de rapÈ­. ¡Maßana me las compondrÈ yo con los regidores..., y, o lo ratifican con un acuerdo, o habrÀ la de San QuintÌn! ¿No te parece que hago bien? ­¡Eso!, ¡eso!­exclamÑ Gardußa entusiasmado, metiendo la zarpa en la caja del Corregidor y arrebatÀndole un polvo­. ¡Eso!, ¡eso! El antecesor de UsÌa no se paraba tampoco en barras. Cierta vez... ­¡DÈjate de bachillerÌas!­repuso el Corregidor, sacudiÈndole una guantada en la ratera mano­. Mi antecesor era una bestia, cuando te tuvo de alguacil. Pero vamos a lo que importa. Acabas de decirme que el molino del tÌo Lucas pertenece al tÈrmino del lugarcillo inmediato, y no al de esta poblaciÑn... ¿ EstÀs seguro de ello? ­¡SegurÌsimo! La jurisdicciÑn de la ciudad acaba en la ramblilla donde yo me sentÈ esta tarde a esperar que Vuestra SeßorÌa... ¡Voto a Lucifer! ¡Si yo hubiera estado en su caso! ­¡Basta!­gritÑ don Eugenio­. ¡Eres un insolente!


Y, cogiendo media cuartilla de papel, escribiÑ una esquela, cerrÑla, doblÀndole un pico, y se la entregÑ a Gardußa. ­AhÌ tienes­le dijo al mismo tiempo­la carta que me has pedido para el alcalde del lugar. TÇ le explicarÀs de palabra todo lo que tiene que hacer. ¡Ya ves que sigo tu plan al pie de la letra! ¡Desgraciado de ti si me metes en un callejÑn sin salida! ­¡No hay cuidado! contestÑ Gardußa­. El seßor Juan LÑpez tiene mucho que temer, y en cuanto vea la firma de UsÌa, harÀ todo lo que yo le mande. ¡Lo menos le debe mil fanegas de grano al PÑsito Real, y otro tanto al PÑsito PÌo!... Esto Çltimo contra toda ley, pues no es ninguna viuda ni ningÇn labrador pobre para recibir el trigo sin abonar creces ni recargo, sino un jugador, un borracho y un sinvergÝenza muy amigo de faldas, que trae escandalizado al pueblecillo. .. ¡Y aquel hombre ejerce autoridad!. . . ¡AsÌ anda el mundo! ­¡Te he dicho que calles! ¡Me estÀs distrayendo!­bramÑ el Corregidor­. Conque vamos al asunto­aßadiÑ luego mudando de tono­. Son las siete y cuarto... Lo primero que tienes que hacer es ir a casa y advertirle a la Seßora que no me espere a cenar ni a dormir. Dile que esta noche me estarÈ trabajando aquÌ hasta la hora de la queda, y que despuÈs saldrÈ de ronda secreta contigo, a ver si atrapamos a ciertos malhechores... En fin, engÀßala bien para que se acueste descuidada. De camino, dile al otro alguacil que me traiga la cena... ¡Yo no me atrevo a parecer esta noche delante de la Seßora, pues me conoce tanto, que es capaz de leer en mis pensamientos! EncÀrgale a la cocinera que ponga unos pestißos de los que se hicieron hoy, y dile a Juanete que, sin que lo vea nadie, me alargue de la taberna medio cuartillo de vino blanco. En seguida te marchas al lugar, donde puedes hallarte muy blen a las ocho.


­¡A las ocho en punto estoy allÌ!­exclamÑ Gardußa. ­¡No me contradigas!­rugiÑ el Corregidor, acordÀndose otra vez de que lo era. Gardußa saludÑ. ­Hemos dicho­continuÑ aquÈl humanizÀndose de nuevo­que a las ocho en punto estÀs en el lugar. Del lugar al molino habrÀ... Yo creo que habrÀ una media legua... ­Corta. ­¡No me interrumpas! El alguacil volviÑ a saludar. ­Corta...­prosiguiÑ el Corregidor­. Por consiguiente, a las diez... ¿Crees tÇ que a las diez? ­¡Antes de las diez! ¡A las nueve y media puede UsÌa llamar descuidado a la puerta del molino! ­¡Hombre! ¡No me digas a mÌ lo que tengo que hacer!... Por supuesto que tÇ estarÀs... ­Yo estarÈ en todas partes... Pero mi cuartel general serÀ la ramblilla. ¡Ah, se me olvidaba!... Vaya UsÌa a pie, y no lleve linterna... ­¡Maldita la falta que me hacÌan tampoco esos consejos! ¿Si creerÀs tÇ que es la primera vez que salgo a campaßa?


­Perdone UsÌa... ¡Ah! Otra cosa. No llame UsÌa a la puerta grande que da a la plazoleta del emparrado, sino a la puertecilla que hay encima del caz... ­¿Encima del caz hay otra puerta? ¡Mira tÇ una cosa que nunca se me hubiera ocurrido! ­SÌ seßor, la puertecilla del caz da al mismÌsimo dormitorio de los Molineros, y el tÌo Lucas no entra ni sale nunca por ella. De forma que, aunque volviese pronto... ­Comprendo, comprendo... ¡No me aturdas mÀs los oÌdos! ­Por Çltimo: procure UsÌa escurrir el bulto antes del amanecer. Ahora amanece a las seis... ­¡Mira otro consejo inÇtil! A las cinco estarÈ de vuelta en mi casa... Pero bastante hemos hablado ya... ¡QuÌtate de mi presencia! ­Pues entonces, seßor..., ¡buena suerte!­exclamÑ el alguacil, alargando lateralmente la mano al Corregidor y mirando al techo al mismo tiempo. El Corregidor puso en aquella mano una peseta, y Gardußa desapareciÑ como por ensalmo. ­¡Por vida de!.. .­murmurÑ el viejo al cabo de un instante­. ¡Se me ha olvidado decirle a ese bachillero que me trajesen tambiÈn una baraja! ¡Con ella me hubiera entretenido hasta las nueve y media, viendo si me salÌa aquel solitario!...


XV. Despedida en prosa.
SerÌan las nueve de aquella misma noche, cuando el tÌo Lucas y la seßÀ Frasquita, terminadas todas las haciendas del molino y de la casa, se cenaron una fuente de ensalada de escarola, una libreja de carne guisada con tomates, y algunas uvas de las que quedaban en la consabida cesta; todo ello rociado con un poco de vino y con grandes risotadas a costa del Corregidor: despuÈs de lo cual mirÀronse afablemente los dos esposos, como muy contentos de Dios y de sÌ mismos, y se dijeron, entre un par de bostezos que revelaban toda la paz y tranqulhdad de sus corazones: ­Pues, seßor, vamos a acostarnos, y maßana serÀ otro dÌa. En aquel momento sonaron dos fuertes y ejecutivos golpes aplicados a la puerta grande del molino. El marido y la mujer se miraron sobresaltados. Era la primera vez que oÌan llamar a su puerta a semejante hora.


­Voy a ver...­dijo la intrÈpida navarra, encaminÀndose hacia la plazoletilla. ­¡Quita! ¡Eso me toca a mÌ!­exclamÑ el tÌo Lucas con tal dignidad que la seßÀ Frasquita le cediÑ el paso­. ¡Te he dicho que no salgas!­aßadiÑ luego con dureza, viendo que la obstinada Molinera querÌa seguirle. èsta obedeciÑ, y se quedÑ dentro de la casa. ­¿QuiÈn es?­preguntÑ el tÌo Lucas desde en medio de la plazoleta. ­¡La Justicia!­contestÑ una voz al otro lado del portÑn. ­¿QuÈ Justicia? ­La del lugar. ¡Abra usted al seßor Alcalde! El tÌo Lucas habÌa aplicado entre tanto un ojo a cierta mirilla muy disimulada que tenÌa el portÑn, y reconocido a la luz de la luna al rÇstico Alguacil del lugar inmedlato. ­¡DirÀs que le abra al borrachÑn del Alguacil!­repuso el Molinero, retirando la tranca. ­¡Es lo mismo...­contestÑ el de afuera­ pues que traigo una orden escrita de su Merced! Tenga usted muy buenas noches, tÌo Lucas...­agregÑ luego entre tanto, y con voz menos oficial, mÀs baja y mÀs gorda, como si ya fuera otro hombre. ­¡Dios te guarde, Toßuelo!­respondiÑ el murciano­. Veamos quÈ orden es esa... ¡Y bien podÌa el seßor Juan LÑpez


escoger otra hora mas oportuna de dirigirse a los hombres de bien! Por supuesto, que la culpa serÀ tuya. ¡Como si lo viera, te has estado emborrachando en las huertas del camino! ¿Quieres un trago? ­No, seßor; no hay tiempo para nada. Tiene usted que seguirme inmediatamente. Lea usted la orden. ­¿CÑmo seguirte?­exclamÑ el tÌo Lucas, penetrando en el molino, despuÈs de tomar el papel­. ¡A ver, Frasquita, alumbra! La seßÀ Frasquita soltÑ una cosa que tenÌa en la mano, y descolgÑ el candil. El tÌo Lucas mirÑ rÀpidamente al objeto que habÌa soltado su mujer, y reconociÑ su bocacha, o sea, un enorme trabuco que calzaba balas de a media libra. El Molinero dirigiÑ entonces a la navarra una mirada llena de gratitud y ternura, y le dijo, tomÀndole la cara: ­¡CuÀnto vales! La seßÀ Frasquita, pÀlida y serena como una estatua de mÀrmol, levantÑ el candil, cogido con dos dedos, sin que el mÀs leve temblor agitase su pulso, y contestÑ secamente: ­¡Vaya, lee! La orden decÌa: "Para el mejor servicio de S. M. el Rey Nuestro Seßor (Q. D. G.), prevengo a Lucas FernÀndez, molinero, de estos vecinos, que tan luego como reciba la presente orden, comparezca ante mi autoridad sin excusa ni pretexto alguno; advirtiÈndole que, por


ser asunto reservado, no lo pondrÀ en conocimiento de nadie: todo ello bajo las penas correspondientes, caso de desobediencia. El Alcalde, JUAN LñPEZ." Y habÌa una cruz en vez de rÇbrica. ­Oye, tÇ: ¿Y quÈ es esto?­le preguntÑ el tÌo Lucas al Alguacil­. ¿A quÈ viene esta orden ? ­No lo sÈ...­contestÑ el rÇstico; hombre de unos treinta aßos, cuyo rostro esquinado y avieso, propio de ladrÑn o de asesino, daba muy triste idea de su sinceridad­. Creo que se trata de averiguar algo de brujerÌa, o de moneda falsa... Pero la cosa no va con usted... Lo llaman como testigo o como perito. En fin, yo no me he enterado bien del particular... El seßorJuan LÑpez se lo explicarÀ a usted con mÀs pelos y seßales. ­¡Corriente!­exclamÑ el Molinero­. Dile que irÈ maßana. ­¡Ca, no, seßor!... Tiene usted que venir ahora mismo, sin perder un minuto. Tal es la orden que me ha dado el seßor Alcalde. Hubo un instante de silencio. Los ojos de la seßÀ Frasquita echaban llamas. El tÌo Lucas no separaba los suyos del suelo, como si buscara alguna cosa. ­Me concederÀs cuando menos­exclamÑ, al fin, levantando la cabeza­el tiempo preciso para ir a la cuadra y aparejar una burra...


­¡QuÈ burra ni quÈ demontre!­replicÑ el Alguacil. ¡Cualquiera se anda a pie media legua! La noche estÀ muy hermosa, y hace luna... ­Ya he visto que ha salido... Pero yo tengo los pies hinchados... ­Pues entonces no perdamos tiempo. Yo le ayudarÈ a usted a aparejar. ­¡Hola! ¡Hola! ¿Temes que me escape? ­Yo no temo nada, tÌo Lucas­respondiÑ Toßuelo con la frialdad de un desalmado­. Yo soy la Justicia. Y, hablando asÌ, descansÑ armas; con lo que dejÑ ver el retaco que llevaba debajo del capote. ­Pues mira, Toßuelo...­dijo la Molinera­. Ya que vas a la cuadra... a ejercer tu verdadero oficio..., hazme el favor de aparejar tambiÈn la otra burra. ­¿ Para quÈ?­interrogÑ el Molinero. ­¡Para mÌ! Yo voy con vosotros. ­¡No puede ser, seßÀ Frasquita!­objetÑ el Alguacil­. Tengo orden de llevarme a su marido de usted nada mÀs, y de impedir que usted lo siga. En ello me van "el destino y el pescuezo". AsÌ me lo advirtiÑ el seßorJuan LÑpez. Conque... vamos, tÌo Lucas... Y se dirigiÑ hacia la puerta. ­¡Cosa mÀs rara!­dijo a media voz el murciano sin


moverse. ­¡Muy rara!­contestÑ la seßÀ Frasquita. ­Esto es algo... que yo me sÈ...­continuÑ murmurando el tÌo Lucas de modo que no pudiese oÌrlo Toßuelo. ­¿Quieres que vaya yo a la ciudad?­cuchicheÑ la navarra­y le dÈ aviso al Corregidor de lo que nos sucede?... ­¡No!­respondiÑ en alta voz el tÌo Lucas­. ¡Eso no! ­¿ Pues quÈ quieres que haga?­dijo la Molinera con gran Ìmpetu. ­Que me mires...­respondiÑ el antiguo soldado. Los dos esposos se miraron en silencio, y quedaron tan satisfechos ambos de la tranquilidad, la resoluciÑn y la energÌa que se comunicaron sus almas que acabaron por encogerse de hombros y reÌrse. DespuÈs de esto, el tÌo Lucas encendiÑ otro candil y se dirigiÑ a la cuadra diciendo al paso a Toßuelo con socarronerÌa: ­¡Vaya, hombre! ¡Ven y ayÇdame. .., supuesto que eres tan amable! Toßuelo lo siguiÑ, canturriando una copla entre dientes. Pocos minutos despuÈs el tÌo Lucas salÌa del molino, caballero en una hermosa jumenta y seguido del Alguacil.


La despedida de los esposos se habÌa reducido a lo siguiente. ­Cierra bien...­dijo el tÌo Lucas. ­EmbÑzate, que hace fresco...­dijo la seßÀ Frasquita, cerrando con llave tranca y cerrojo. Y no hubo mÀs adiÑs, ni mÀs beso, ni mÀs abrazo, ni mÀs mirada. ¿Para quÈ?


XVI. Un ave de mal agÝero.
Sigamos por nuestra parte al tÌo Lucas. Ya habÌan andado un cuarto de legua sin hablar palabra, el Molinero subido en la borrica y el Alguacil arreÀndola con su bastÑn de autoridad, cuando divisaron delante de sÌ, en lo alto de un repecho que hacÌa el camino, la sombra de un enorme pajarraco que se dirigÌa hacia ellos. Aquella sombra se destacÑ enÈrgicamente sobre el cielo, esclarecido por la luna, dibujÀndose en Èl con tanta precisiÑn que el Molinero exclamÑ en el acto: ­Toßuelo, ¡aquel es Gardußa con su sombrero de tres picos y sus patas de alambre! Mas antes de que contestara el interpelado, la sombra, deseosa sin duda de eludir aquel encuentro, habÌa dejado el camino y echado a correr a campo traviesa con la velocidad de


una verdadera gardußa. ­No veo a nadie...­respondiÑ entonces Toßuelo con la mayor naturalidad. ­Ni yo tampoco­replicÑ el tÌo Lucas comiÈndose la partida. Y la sospecha que ya se le ocurriÑ en el molino principiÑ a adquirir cuerpo y consistencia en el espÌritu receloso del jorobado. ­Este viaje mÌo­dÌjose interiormente­es una estratagema amorosa del Corregidor. La declaraciÑn que le oÌ esta tarde desde lo alto del emparrado me demuestra que el vejete rnadrileßo no puede esperar mÀs. Indudablemente esta noche va a volver de visita al molino, y por eso ha principiado quitÀndome de en medio... Pero ¿quÈ importa? ¡Frasquita es Frasquita, y no abrirÀ la puerta aunque le peguen fuego a la casa!... Digo mÀs: aunque la abriese; aunque el Corregidor lograse, por medio de cualquier ardid, sorprender a mi excelente navarra, el pÌcaro viejo saldrÌa con las manos en la cabeza. ¡Frasquita es Frasquita! Sin embargo­aßadiÑ al cabo de un momento­, ¡bueno serÀ volverme esta noche a casa lo mÀs temprano que pueda! Llegaron con esto al lugar el tÌo Lucas y el Alguacil, dirigiÈndose a casa del seßor Alcalde.


XVII. Un alcalde de monterilla.
El seßor Juan LÑpez, que como particular y como Alcalde era la tiranÌa, la ferocidad y el orgullo personificados (cuando trataba con sus interiores), dignÀbase, sin embargo, a aquellas horas, despuÈs de despachar los asuntos oficiales y los de su labranza y de pegarle a su mujer su cotidiana paliza, beberse un cÀntaro de vino en compaßÌa del secretario y del sacristÀn, operaciÑn que iba mÀs de mediada aquella noche cuando el Molinero compareciÑ en su presencia. ­¡Hola, tÌo Lucas!­le dijo, rascÀndose la cabeza para excitar en ella la vena de los embustes­. ¿CÑmo va de salud? ¡A ver, secretario; Èchele usted un vaso de vino al tÌo Lucas! ¿Y la seßa Frasquita? ¿Se conserva tan guapa? ¡Ya hace mucho tiempo que no la he visto! Pero, hombre..., ¡quÈ bien que sale ahora la molienda! ¡El pan de centeno parece de trigo candeal! Conque..., vaya... SiÈntese usted, y descanse, que, gracias a Dios, no tenemos prisa. ­¡Por mi parte, maldita aquella!­contestÑ el tÌo Lucas, que


hasta entonces no habÌa despegado los labios, pero cuyas sospechas eran cada vez mayores al ver el amistoso recibimiento que se le hacÌa, despuÈs de una orden tan terrible y apremiante. ­Pues, entonces, tÌo Lucas­continuÑ el alcalde­, supuesto que no tiene usted gran prisa, dormirÀ usted acÀ esta noche, y maßana temprano despacharemos nuestro asuntillo... ­Me parece bien...­respondiÑ el tÌo Lucas con una ironÌa y un disimulo que nada tenÌan que envidiar a la diplomacio del seßor Juan LÑpez­. Supuesto que la cosa no es urgente .. pasarÈ la noche fuera de mi casa. ­Ni urgente ni de peligro para usted­aßadiÑ el Alcalde engaßado por aquel a quien creÌa engaßar­. Puede usted estar completamente tranquilo. Oye tÇ, Toßuelo... Alarga esa media fanega para que se siente el tÌo Lucas. ­Entonces... ¡venga otro trago!­exclamÑ el Molinero? sentÀndose. ­¡Venga de ahÌ!­repuso el Alcalde, alargÀndole el vaso lleno. ­EstÀ en buena mano... MÈdielo usted. ­¡Pues por su salud!­dijo el seßor Juan LÑpez, bebiÈndose la mitad. ­Por la de usted..., seßor Alcalde­replicÑ el tÌo Lucas, apurando la otra. ­¡A ver, Manuela!­gritÑ entonces el Alcalde de monterilla­.


Dile a tu ama que el tÌo Lucas se queda a dormir aquÌ. Que le ponga una cabecera en el granero. ­¡Ca! No... ¡De ningun modo! Yo duermo en el pajar como un rey. ­Mire usted que tenemos cabeceras... ­¡Ya lo creo! Pero ¿a quÈ quiere usted incomodar a la familia? Yo traigo mi capote. ­Pues, seßor, como usted guste. ¡Manuela!, dile a tu ama que no la ponga... ­Lo que sÌ va usted a permitirme­continuÑ el tÌo Lucas, bostezando de un modo atroz­es que me acueste en seguida. Anoche he tenido mucha molienda, y no ha pegado todavÌa los ojos. ­¡Concedido!­respondiÑ majestuosamente el Alcalde­.Puede usted recogerse cuando quiera. ­Creo que tambiÈn es hora de que nos recojamos nosotros­dijo el sacristÀn, asomÀndose al cÀntaro de vino para graduar lo que quedaba­. Ya deben de ser las diez... o poco menos. ­Las diez menos cuartillo...­notificÑ el secretario, despuÈs de repartir en los vasos el resto del vino correspondiente a aquella noche. ­¡Pues a dormir, caballeros!­exclamÑ el anfitriÑn, apurando su parte.


­Hasta mariana, seßores­aßadiÑ el Molinero, bebiÈndose la suya. ­Espere usted que le alumbren... ¡Toßuelo! Lleva al tÌo Lucas al pajar. ­¡Por aquÌ, tÌo Lucas!...­dijo Toßuelo, llevÀndose tambiÈn el cÀntaro, por si le quedaban algunas gotas. ­Hasta maßana, si Dlos quiere­agregÑ el sacristÀn, despuÈs de escurrir todos los vasos. Y se marchÑ, tambaleÀndose y cantando alegremente el De profundis. ... ... ... ... ­Pues, seßor­dÌjole el Alcalde al Secretario cuando se quedaron solos­. El tÌo Lucas no ha sospechado nada. Nos podemos acostar descansadamente, y... ¡buena pro le haga al Corregidor!


XVIII. Donde se verÀ que el tÌo Lucas tenÌa el sueßo muy ligero.
Cinco minutos despuÈs un hombre se descolgaba por la ventana del pajar del seßor Alcalde; ventana que daba a un corralÑn y que no distarÌa cuatro varas del suelo. En el corralÑn habÌa un cobertizo sobre una gran pesebrera, a la cual hallÀbanse atadas seis u ocho caballlerÌas de diversa alcurnia, bien que todas ellas del sexo dÈbil. Los caballos, mulos y burros del sexo fuerte formaban rancho aparte en otro local contiguo. El hombre desatÑ una borrica, que por cierto estaba aparejada, y se encaminÑ llevÀndola del diestro hacia la puerta del corral; retirÑ la tranca y desechÑ el cerrojo que la aseguraban: abriÑla con mucho tiento, y se encontrÑ en medio del campo. Una vez allÌ, montÑ en la borrica, metiÑle los talones, y saliÑ como una flecha con direcciÑn a la ciudad; mas no por el carril ordinario, sino atravesando siembras y caßadas, como quien se precave contra algÇn mal encuentro. Era el tÌo Lucas, que se dirigÌa a su molino.



XIX. Voces clamantes in deserto.>
­¡Alcaldes a mÌ, que soy de Archena!­iba diciÈndose el murciano­. ¡Maßana por la maßana pasarÈ a ver al seßor Obispo, como medida preventiva, y le contarÈ todo lo que me ha ocurrido esta noche! ¡Llamarme con tanta prisa y reserva, y a hora tan desusada; decirme que venga solo; hablarme del servicio del Rey. y de moneda falsa, y de brujas, y de duendes, para echarme luego dos vasos de vino y mandarme a dormir!... ¡La cosa no puede ser mÀs clara! Gardußa trajo al lugar esas instrucciones de parte del Corregidor, y esta es la hora en que el Corregidor estarÀ ya en campaßa contra mi mujer... ¡QuiÈn sabe si me lo encontrarÈ llamando a la puerta del molino! ¡QuiÈn sabe si me lo encontrarÈ ya dentro!... ¡QuiÈn sabe...! Pero ¿quÈ voy a decir? ¡Dudar de mi navarra!... ¡Oh, esto es ofender a Dios! ¡Imposible que ella...! ¡Imposible que mi Frasquita...! ¡Imposible!... Mas ¿quÈ estoy diciendo? ¿Acaso hay algo imposible en el mundo? ¿No se casÑ conmigo, siendo ella tan hermosa y yo tan feo¿ Y al hacer esta Çltima reflexiÑn, el pobre jorobado se echÑ a llorar...


Entonces parÑ la burra para serenarse; se enjugÑ las lÀgrimas; suspirÑ hondamente; sacÑ los avÌos de fumar; picÑ y liÑ un cigarro de tabaco negro; empußÑ luego pedernar, yesca y eslabÑn, y al cabo de algunos golpes consiguiÑ encender candela. En aquel mismo momento sintiÑ rumor de pasos hacia el camino, que distarÌa de allÌ unas trescientas varas. ­¡QuÈ imprudente soy!­dijo.­¡Si me andarÀ buscando ya la Justicia, y yo me habrÈ vendido al echar estas yescas! EscondiÑ, pues, la lumbre, y se apeÑ, ocultÀndose detrÀs de la borrica. Pero la borrica entendiÑ las cosas de diferente modo, y lanzÑ un rebuzno de satlsfacciÑn. ­-¡Maldita seas!­exclamÑ el tÌo Lucas, tratando de cerrarle la boca con las manos. Al propio tiempo resonÑ otro rebuzno en el camino, por vÌa de galante respuesta. ­¡Estamos aviados!­prosiguiÑ pensando el Molinero­. ¡Bien dice el refrÀn: el mayor mal de los males es tratar con animales! Y, asÌ discurriendo, volviÑ a montar, arreÑ la bestia, y saliÑ disparado en direcciÑn contraria al sitio en que habÌa sonado el segundo rebuzno. Y lo mÀs particular fue que la persona que iba en el jumento interlocutor, debiÑ de asustarse del tÌo Lucas tanto como el tÌo


Lucas se habÌa asustado de ella. Lo digo, porque apartÑse tambiÈn del camino. recelando sin duda que fuese un alguacil o un malhechor pagado por don Eugenio, y saliÑ a escape por los sembrados de la otra banda. El murciano, entre tanto, continuÑ cavilando de este modo: ­¡QuÈ noche! ¡QuÈ mundo! ¡QuÈ vida la mÌa desde hace una hora! ¡Alguaciles metidos a alcahuetes; alcaldes que conspiran contra mi honra; burros que rebuznan cuando no es menester; y aquÌ en mi pecho, un miserable corazÑn que se ha atrevido a dudar de la mujer mÀs noble que Dios ha criado! ¡Oh, Dios mÌo, Dios mÌo! ¡Haz que llegue pronto a mi casa y que encuentre allÌ a mi Frasquita. SiguiÑ caminando el tÌo Lucas, atravesando siembras y matorrales, hasta que al fin, a eso de las once de la noche, llegÑ sin novedad a la puerta grande del molino... ¡CondenaciÑn! ¡La puerta del molino estaba abierta!


XX. La duda y la realidad.
Estaba abierta... ¡y Èl, al marcharse, habia oÌdo a su mujer cerrarla con llave, tranca y cerrojo! Por consiguiente, nadie mÀs que su propia mujer habia podido abrirla. Pero ¿cÑmo?, ¿cuÀndo?, ¿por quÈ? ¿De resultas de un engaßo? ¿A consecuencia de una orden? ¿O bien deliberada y voluntariamente, en virtud de previo acuerdo con el Corregidor? ¿QuÈ iba a ver? ¿QuÈ iba a saber? ¿QuÈ le aguardaba dentro de su casa? ¿Se habÌa fugado la seßÀ Frasquita? ¿Se la habrÌan robado? ¿EstarÌa muerta? ¿O estarÌa en brazos de su rival? ­El Corregidor contaba con que yo no podrÌa venir en toda la noche...­se dijo lÇgubremente el tÌo Lucas­. El Alcalde del lugar tendrÌa orden hasta de encadenarme, antes que permitirme volver... ¿SabÌa todo esto Frasquita? ¿Estaba en el complot? ¿O ha sido vÌctima de un engaßo, de una violencia, de una infamia? No empleÑ mÀs tiempo el sin ventura en hacer todas estas crueles reflexiones que el que tardÑ en atravesar la plazoletilla


del emparrado. TambiÈn estaba abierta la puerta de la casa, cuyo primer aposento (como en todas las viviendas rÇsticas) era la cocina... Dentro de la cocina no habÌa nadie. Sin embargo, una enorme fogata ardÌa en la chimenea..., ¡chimenea que Èl dejÑ apagada, y que no se encendia nunca hasta muy entrado el mes de diciembre! Por Çltimo, de uno de los ganchos de la espetera pendÌa un candil encendido... ¿QuÈ significaba todo aquello? ¿Y cÑmo se compadecÌa semejante aparato de vigilia y de sociedad con el silencio de muerte que reinaba en la casa? ¿QuÈ habia sido de su mujer? Entonces, y sÑlo entonces, reparÑ el tÌo Lucas en unas ropas que habÌa colgadas en los espaldares de dos o tres sillas puestas alrededor de la chimenea... FijÑ la vista en aquellas ropas, y lanzÑ un rugido intenso, que se le quedÑ atravesado en la garganta, convertido en sollozo mudo y sofocante. CreyÑ el infortunado que se ahogaba, y se llevÑ las manos al cuello, mientras que, lÌvido, convulso, con los ojos desencajados, contemplaba aquella vestimenta, poseÌdo de tanto horror como el reo en capilla a quien le presentan la hopa.


Porque lo que allÌ veÌa era la capa de grana, el sombrero de tres picos, la casaca y la chupa de color de tÑrtola, el calzÑn de seda negra, las medias blancas los zapatos con hebilla y hasta el bastÑn, el espadÌn y los guantes del execrable Corregidor... ¡Lo que allÌ veÌa era la ropa de su ignominia, la mortaja de su honra, el sudario de su ventura! El terrible trabuco seguÌa en el mismo rincÑn en que dos horas antes lo dejÑ la navarra... El tÌo Lucas dio un salto de tigre y se apoderÑ de Èl. SondeÑ el caßÑn con la baqueta, y vio que estaba cargado. MirÑ la piedra, y hallÑ que estaba en su lugar. VolviÑse entonces hacia la escalera que conducÌa a la cÀmara en que habÌa dormido tantos aßos con la seßÀ Frasquita, y murmurÑ sordamente: ­¡AllÌ estÀn! AvanzÑ, pues, un paso en aquella direcciÑn; pero en seguida se detuvo para mirar en torno de sÌ y ver si alguien lo estaba observando... ­¡Nadie!­dijo mentalmente­. ¡Solo Dios..., y Èse... ha querido esto! Confirmada asÌ la sentencia, fue a dar otro paso, cuando su errante mirada distinguiÑ un pliego que habÌa sobre la mesa... Verlo, y haber caÌdo sobre Èl, y tenerlo entre sus garras fue todo cosa de un segundo.


¡Aquel papel era el nombramiento del sobrino de la seßÀ Frasquita, firmado por don Eugenio de ZÇßiga y Ponce de LeÑn! ­¡Este ha sido el precio de la venta!­pensÑ el tÌo Lucas, metiÈndose el papel en la boca para sofocar sus gritos y dar alimento a su rabia­. ¡Siempre recelÈ que quisiera a su familia mÀs que a mÌ! ¡Ah! ¡No hemos tenido hijos!... ¡He aquÌ la causa de todo! Y el infortunado estuvo a punto de volver a llorar. Pero luego se enfureciÑ nuevamente, y dijo con un ademÀn terrible, ya que no con la voz: ­¡Arriba! ¡Arriba! Y empezÑ a subir la escalera, andando a gatas con una mano, llevando el trabuco en la otra, y con el papel infame entre los dientes. En corroboraciÑn de sus lÑgicas sospechas, al llegar a la puerta del dormitorio (que estaba cerrada) vio que salÌan algunos rayos de luz por las junturas de las tablas y por el ojo de la llave. ­¡AquÌ estÀn!­volviÑ a decir. Y se parÑ un instante como para pasar aquel nuevo trago de amargura. Luego continuÑ subiendo... hasta llegar a la puerta misma del dormitorio. Dentro de Èl no se oÌa ningÇn ruido.


­¡Si no hubiera nadie!­le dijo tÌmidamente la esperanza. Pero en aquel mismo instante el infeliz oyÑ toser dentro del cuarto... ¡Era la tos medio asmÀtica del Corregidor! ¡No cabÌa duda! ¡No habÌa tabla de salvaciÑn en aquel naufragio! El Molinero sonriÑ en las tinieblas de un modo horroroso. ¿CÑmo no brillan en la oscuridad semejantes relÀmpagos? ¿QuÈ es todo el fuego de las tormentas comparado con el que arde a veces en el corazÑn del hornbre? Sin embargo, el tÌo Lucas (tal era su alma, como ya dijimos en otro lugar) principiÑ a tranquilizarse, no bien oyÑ la tos de su enemigo... La realidad le hacÌa menos daßo que la duda. SegÇn le anunciÑ Èl mismo aquella tarde a la seßÀ Frasquita, desde el punto y hora en que perdÌa la Çnica fe que era vida de su alma, empezaba a convertirse en un hombre nuevo. Semejante al moro de Venecia­con quien ya lo comparamos al describir su carÀcter­, el desengaßo mataba en Èl de un solo golpe todo el amor, transfigurando de paso la Ìndole de su espÌritu y haciÈndole ver el mundo como una regiÑn extraßa a que acabara de llegar. La Çnica diferencia consistÌa en que el tÌo Lucas era por idiosincrasia menos trÀgico, menos austero y mÀs egoista que el insensato sacrificador de DesdÈmona.


¡Cosa rara, pero propia de tales situaciones! La duda, o sea la esperanza­que para el caso es lo mismo­, volviÑ todavÌa a mortificarle un momento... ­¡Si me hubiera equivocado!­pensÑ­. ¡Si la tos hubiese sido de Frasquita!... En la tribulaciÑn de su infortunio, olvidÀbasele que habÌa visto las ropas del Corregidor cerca de la chimenea; que habÌa encontrado abierta la puerta del molino; que habÌa leÌdo la credencial de su infamia... AgachÑse, pues, y mirÑ por el ojo de la llave, temblando de incertidumbre y de zozobra. El rayo visual no alcanzaba a descubrir mÀs que un pequeßo triÀngulo de cama, por la parte del cabecero... ¡Pero precisamente en aquel pequeßo triÀngulo se veÌa un extremo de las almohadas, y sobre las almohadas la cabeza del Corregidor! Otra risa diabÑlica contrajo el rostro del Molinero. DijÈrase que volvÌa a ser feliz... ­¡Soy dueßo de la verdad!... ¡Meditemos!­murmurÑ, irguiÈndose tranquilamente. Y volviÑ a bajar la escalera con el mismo tiernpo que empleÑ para subirla... ­El asunto es delicado... Necesito reflexionar. Tengo tiempo de sobra para todo...­iba pensando mientras bajaba.


Llegado que hubo a la cocina, sentÑse en medio de ella, y ocultÑ la frente entre las manos AsÌ permaneciÑ mucho tiempo, hasta que le despertÑ de su meditaciÑn un leve golpe que sintiÑ en un pie... Era el trabuco que se habÌa deslizado de sus rodillas, y que le hacÌa aquella especie de seßa... ­¡No! ¡Te digo que no!­murmurÑ el tÌo Lucas, encarÀndose con el arma­. ¡No me convienes! Todo el mundo tendrÌa lÀstima de ellos. . ., ¡y a mÌ me ahorcarÌan! ¡Se trata de un Corregidor..., y matar a un Corregidor es todavÌa en Espaßa cosa indisculpable! DirÌan que lo matÈ por infundados celos, y que luego lo desnudÈ y lo metÌ en mi cama... DirÌan, ademÀs, que matÈ a mi mujer por simples sospechas... ¡Y me ahorcarÌan! ¡Vaya si me ahorcarÌan! ¡AdemÀs. yo habrÌa dado muestras de tener muy poca alma, muy poco talento, si al remate de mi vida fuera digno de compasiÑn! ¡Todos se reirÌan de mÌ! ¡DirÌan que mi desventura era muy natural, siendo yo jorobado y Frasquita tan hermosa! ¡Nada, no! Lo que yo necesito es vengarme, y despuÈs de vengarme, triunfar, despreciar, reÌr, reirme mucho, reÌrme de todos, evitando por tal medio que nadie pueda burlarse nunca de esta giba que yo he llegado a hacer hasta envidiable, y que tan grotesca serÌa en una horca. AsÌ discurriÑ el tÌo Lucas, tal vez sin darse cuenta de ello puntualmente, y, en virtud de semejante discurso, colocÑ el arma en su sitio y principiÑ a pasearse con los brazos atrÀs y la cabeza baja, como buscando su venganza en el suelo, en la tierra, en las ruindades de la vida, en alguna bufonada ignominiosa y ridÌcula para su mujer y para el Corregidor, lejos de buscar aquella misma venganza en la justicia, en el desafÌo, en el perdÑn, en el cielo..., como hubiera hecho en su lugar cualquier otro hombre


de condiciÑn menos rebelde que la suya a toda imposiciÑn de la Naturaleza, de la sociedad o de sus propios sentimientos. De repente, parÀronse sus ojos en la vestimenta del Corregidor... Luego se parÑ Èl mismo... DespuÈs fue demostrando poco a poco en su semblante una alegrÌa, un gozo, un triunfo indefinibles...; hasta que, por Çltimo, se echÑ a reÌr de una manera formidable..., esto es, a grandes carcajadas, pero sin hacer ningun ruido­a fin de que no lo oyesen desde arriba­, metiÈndose los pußos por los ijares para no reventar, estremeciÈndose todo como un epilÈptico, y teniendo que concluir por dejarse caer en una silla hasta que le pasÑ aquella convulsiÑn de sarcÀstico regocijo. Era la propia risa de MefistÑfeles. No bien se sosegÑ, principiÑ a desnudarse con una celeridad febril; colocÑ toda su ropa en las mismas sillas que ocupaba la del Corregidor; pÇsose cuantas prendas pertenecÌan a este, desde los zapatos de hebilla hasta el sombrero de tres picos; cißÑse el espadÌn; embozÑse en la capa de grana; cogiÑ el bastÑn y los guantes, y saliÑ del molino y se encaminÑ a la ciudad, balanceÀndose de la propia manera que solia don Eugenio de ZÇniga, y diciÈndose de vez en cuando esta frase que compendiaba su pensamiento: ­¡TambiÈn la Corregidora es guapa!

XXI


¡EN GUARDIA, CABALLERO! > Abandonemos por ahora al tÌo Lucas, y enterÈmonos de lo que habÌa ocurrido en el molino desde que dejamos allÌ sola a la seßÀ Frasquita hasta que su esposo volviÑ a Èl y se encontrÑ con tan estupendas novedades. Una hora habrÌa pasado despuÈs que el tÌo Lucas se marchÑ con Toßuelo, cuando la afligida navarra, que se habÌa propuesto no acostarse hasta que regresara su marido, y que estaba haciendo calceta en su dormitorio, situado en el piso de arriba, oyÑ lastimeros gritos fuera de la casa, hacia el paraje, allÌ muy prÑximo, por donde corrÌa el agua del caz. ­¡Socorro, que me ahogo! ¡Frasquita! ¡Frasquita!...­ exclamaba una voz de hombre con el lÇgubre acento de la desesperaciÑn. ­¿Si serÀ Lucas?­pensÑ la navarra, llena de un terror que no necesitamos describir. En el mismo dormitorio habÌa una puertecilla, de que ya nos hablÑ Gardußa, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz. AbriÑla sin vacilaciÑn la seßÀ Frasquita, por mÀs que no hubiera reconocido la voz que pedÌa auxilio, y encontrÑse de manos a boca con el Corregidor, que en aquel momento salÌa todo chorreando de la impetuosÌsima acequia... ­¡Dios me perdone! ¡Dios me perdone!­balbuceaba el infameviejo­. ¡CreÌ que me ahogaba!


­¡CÑmo! ¿ Es usted? ¿QuÈ significa? ¿CÑmo se atreve? ¿A quÈ viene usted a estas horas?­gritÑ la Molinera con mÀs indignaciÑn que espanto, pero retrocediendo maquinalmente. ­¡Calla! ¡Calla, mujer!­tartamudeÑ el Corregidor, colÀndose en el aposento detrÀs de ella­. Yo te lo dirÈ todo... ¡He estado para ahogarme! ¡El agua me llevaba ya como a una pluma! ¡Mira, mira cÑmo me he puesto! ­¡Fuera, fuera de aquÌ!­replicÑ la seßÀ Frasquita con mayor violencia­. ¡No tiene usted nada que explicarme!. .. ¡Demasiado lo comprendo todo! ¿ QuÈ me importa a mÌ que usted se ahogue? ¿Lo he llamado yo a usted? ¡Ah! ¡QuÈ infamia! ¡Para esto ha mandado usted prender a mi marido! ­Mujer, escucha... ­¡No escucho! ¡MÀrchese usted inmediatamente, seßor Corregidor! . . . ¡MÀrchese usted o no respondo de su vida!... ­¿QuÈ dices? ­¡Lo que usted oye! Mi marido no estÀ en casa; pero yo me basto para hacerla respetar. ¡MÀrchese usted por donde ha venido, si no quiere que yo le arroje otra vez al agua con mis propias manos! ­¡Chica, chica! ¡No grites tanto, que no soy sordo!­exclamÑ el viejo libertino­¡Cuando yo estoy aquÌ, por algo serÀ! Vengo a libertar al tÌo Lucas, a quien ha preso por equivocaciÑn un alcalde de monterilla... Pero, ante todo, necesito que me seques estas ropas... ¡Estoy calado hasta los huesos!


­Le digo a usted que se marche! ­¡Calla, tonta!... ¿QuÈ sabes tÇ?... Mira... aquÌ te traigo un nombramiento de tu sobrino... Enciende la lumbre, y hablaremos... Por lo demÀs, mientras se seca la ropa, yo me acostarÈ en esta cama. ­¡Ah, ya! ¿Conque declara usted que venÌa por mÌ? ¿Conque declara usted que para eso ha mandado arrestar a mi LucÀs? ¿Conque traÌa usted su nombramiento y todo? ¡Santos y Santas del cielo! ¿QuÈ se habrÀ figurado de mÌ este mamarracho? ­¡Frasquita! ¡Soy el Corregidor! ­¡Aunque fuera usted el Rey! A mÌ ¿quÈ? ¡Yo soy la mujer de mi marido, y el ama de mi casa! ¿Cree usted que yo me asusto de los Corregidores? ¡Yo sÈ ir a Madrid, y al fin del mundo, a pedir justicia contra el viejo insolente que asÌ arrastra su autoridad por los suelos! Y, sobre todo, yo sabrÈ maßana ponerme la mantilla, e ir a ver a la seßora Corregidora... ­¡No harÀs nada de eso!­repuso el Corregidor, perdiendo la paciencia, o mudando de tÀctica­. No harÀs nada de eso; porque yo te pegarÈ un tiro, si veo que no entiendes de razones... ­¡Un tiro!­exclamÑ la seßÀ Frasquita con voz sorda. ­Un tiro, sÌ... Y de ello no me resultarÀ perjuicio alguno. Casualmente he dejado dicho en la ciudad que salÌa esta noche a la caza de criminales... ¡Conque no seas necia... y quiÈreme como yo te adoro! ­Seßor Corregidor: ¿un tiro?­volviÑ a decir la navarra


echando los brazos atrÀs y el cuerpo hacia adelante, como para lanzarse sobre su adversario. ­Si te empeßas, te lo pegarÈ, y asÌ me verÈ libre de tus amenazas y de tu hermosura... ­respondiÑ el Corregidor lleno de miedo y sacando un par de cachorrillos. ­¿Conque pistolas tambiÈn? ¡Y en la otra faltriquera el nombramiento de mi sobrino!­ dijo la seßa Frasquita, moviendo la cabeza de arriba abajo­Pues, seßor, la elecciÑn no es dudosa. Espere UsÌa un momento, que voy a encender la lumbre. Y asÌ hablando, se dirigiÑ rÀpidamente a la escalera, y la bajÑ en tres brincos. El Corregidor cogiÑ la luz, y saliÑ detrÀs de la Molinera, temiendo que se escapara; pero tuvo que bajar mucho mÀs despacio, de cuyas resultas, cuando llegÑ a la cocina, tropezÑ con la navarra, que volvÌa ya en su busca. ­¿Conque decÌa usted que me iba a pegar un tiro?­exclamÑ aquella indomable mujer dando un paso atrÀs­. Pues, ¡en guardia, caballero; que yo ya lo estoy! Dijo, y se echÑ a la cara el formidable trabuco que tanto papel representa. ­¡Detente, desgraciada! ¿QuÈ vas a hacer?­gritÑ el Corregidor, muerto de ­. Lo de mi tiro era una broma... Mira... Los cachorrillos estÀn descargados. En cambio, es verdad lo del nombramiento... AquÌ lo tienes... TÑmalo... Te lo regalo... Tuyo es..., de balde, enteramente de balde...


Y lo colocÑ temblando sobre la mesa. ­¡AhÌ estÀ bien!­repuso la navarra­. Maßana me servirÀ para encender la lumbre, cuando le guise el almuerzo a mi marido. ¡De usted no quiero ya ni la gloria, y, si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, serÌa para pisotearle a usted la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel indecente. ¡Ea, lo dicho! ¡MÀrchese usted de mi casa! ¡Aire!, ¡aire!, ¡pronto! . . ., ¡que ya se me sube la pÑlvora a la cabeza! El Corregidor no contestÑ a este discurso. HabÌase puesto lÌvido, casi azul; tenÌa los ojos torcidos, y un temblor como de terciana agitaba todo su cuerpo. Por Çltimo, principiÑ a castaßetear los dientes, y cayÑ al suelo, presa de una convulsiÑn espantosa. El susto del caz, lo muy mojadas que seguÌan todas sus ropas, la violenta escena del dormitorio, y el miedo al trabuco con que le apuntaba la navarra, habÌan agotado las fuerzas del enfermizo anciano. ­¡Me muero!­balbuceÑ­. ¡Llama a Gardußa!... Llama a Gardußa, que estarÀ ahÌ..., en la ramblilla... ¡Yo no debo morirme en esta casa!.. . No pudo continuar. CerrÑ los ojos, y se quedÑ como muerto. ­¡Y se morirÀ como lo dice!­prorrumpiÑ la seßÀ Frasquita­. Pues, seßor, ¡esta es la mÀs negra! ¿QuÈ hago yo ahora con este hombre en mi casa. ¿Que dirÌan de mÌ si se muriese? ¿QuÈ dirÌa Lucas?... ¿CÑmo podrÌa justificarme, cuando yo misma le he abierto la puerta? ¡Oh! no... Yo no debo quedarme aquÌ con Èl. ¡Yo debo buscar a mi marido; yo debo escandalizar el mundo antes de comprometer mi honra.


Tomada esta resoluciÑn, soltÑ el trabuco, fuese al corral, cogiÑ la burra que quedaba en Èl, la aparejÑ de cualquier modo, abriÑ la puerta grande de la cerca, montÑ de un salto, a pesar de sus carnes, y se dirigio a la ramblilla. ­¡Gardußa! ¡Gardußa!­iba gritando la navarra, conforme se acercaba a aquel sitio. ­¡Presente!­respondiÑ al cabo el Alguacil, apareciendo detrÀs de un seto­. ¿Es usted, seßÀ Frasquita? ­SÌ, yo soy. ¡Ve al molino, y socorre a tu amo, que se esta muriendo!.... ­¿QuÈ dice usted? ¡Vaya un maula! ­Lo que oyes, Gardußa... ­¿Y usted, alma mÌa ? ¿AdÑnde va a estas horas ? ­¿Yo?... ¡Quita allÀ, badulaque! ¡Yo voy a la ciudad por un mÈdico!­contestÑ la seßÀ Frasquita, arreando la burra con un talonazo y a Gardußa con un puntapiÈ. Y tomÑ... no el camino de la ciudad, como acababa de decir, sino el del lugar inmediato. Gardußa no reparÑ en esta Çltima circunstancia, pues iba ya dando zancajadas hacia el molino y discurriendo al par de esta manera: ­¡Va por un mÈdico!... ¡La infeliz no puede hacer mÀs!


¡Pero Èl es un pobre hombre! ¡Famosa ocasiÑn de ponerse malo!... ¡Dios le da confites a quien no puede roerlos!


XXI. ¡En guardia, caballero!
Abandonemos por ahora al tÌo Lucas, y enterÈmonos de lo que habÌa ocurrido en el molino desde que dejamos allÌ sola a la seßÀ Frasquita hasta que su esposo volviÑ a Èl y se encontrÑ con tan estupendas novedades. Una hora habrÌa pasado despuÈs que el tÌo Lucas se marchÑ con Toßuelo, cuando la afligida navarra, que se habÌa propuesto no acostarse hasta que regresara su marido, y que estaba haciendo calceta en su dormitorio, situado en el piso de arriba, oyÑ lastimeros gritos fuera de la casa, hacia el paraje, allÌ muy prÑximo, por donde corrÌa el agua del caz. ­¡Socorro, que me ahogo! ¡Frasquita! ¡Frasquita!...­ exclamaba una voz de hombre con el lÇgubre acento de la desesperaciÑn. ­¿Si serÀ Lucas?­pensÑ la navarra, llena de un terror que no necesitamos describir. En el mismo dormitorio habÌa una puertecilla, de que ya nos hablÑ Gardußa, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz. AbriÑla sin vacilaciÑn la seßÀ Frasquita, por mÀs que no hubiera reconocido la voz que pedÌa auxilio, y encontrÑse de manos a boca con el Corregidor, que en aquel momento salÌa todo chorreando de la impetuosÌsima acequia... ­¡Dios me perdone! ¡Dios me perdone!­balbuceaba el


infameviejo­. ¡CreÌ que me ahogaba! ­¡CÑmo! ¿ Es usted? ¿QuÈ significa? ¿CÑmo se atreve? ¿A quÈ viene usted a estas horas?­gritÑ la Molinera con mÀs indignaciÑn que espanto, pero retrocediendo maquinalmente. ­¡Calla! ¡Calla, mujer!­tartamudeÑ el Corregidor, colÀndose en el aposento detrÀs de ella­. Yo te lo dirÈ todo... ¡He estado para ahogarme! ¡El agua me llevaba ya como a una pluma! ¡Mira, mira cÑmo me he puesto! ­¡Fuera, fuera de aquÌ!­replicÑ la seßÀ Frasquita con mayor violencia­. ¡No tiene usted nada que explicarme!. .. ¡Demasiado lo comprendo todo! ¿ QuÈ me importa a mÌ que usted se ahogue? ¿Lo he llamado yo a usted? ¡Ah! ¡QuÈ infamia! ¡Para esto ha mandado usted prender a mi marido! ­Mujer, escucha... ­¡No escucho! ¡MÀrchese usted inmediatamente, seßor Corregidor! . . . ¡MÀrchese usted o no respondo de su vida!... ­¿QuÈ dices? ­¡Lo que usted oye! Mi marido no estÀ en casa; pero yo me basto para hacerla respetar. ¡MÀrchese usted por donde ha venido, si no quiere que yo le arroje otra vez al agua con mis propias manos! ­¡Chica, chica! ¡No grites tanto, que no soy sordo!­exclamÑ el viejo libertino­¡Cuando yo estoy aquÌ, por algo serÀ! Vengo a libertar al tÌo Lucas, a quien ha preso por equivocaciÑn un alcalde de monterilla... Pero, ante todo, necesito que me seques


estas ropas... ¡Estoy calado hasta los huesos! ­Le digo a usted que se marche! ­¡Calla, tonta!... ¿QuÈ sabes tÇ?... Mira... aquÌ te traigo un nombramiento de tu sobrino... Enciende la lumbre, y hablaremos... Por lo demÀs, mientras se seca la ropa, yo me acostarÈ en esta cama. ­¡Ah, ya! ¿Conque declara usted que venÌa por mÌ? ¿Conque declara usted que para eso ha mandado arrestar a mi LucÀs? ¿Conque traÌa usted su nombramiento y todo? ¡Santos y Santas del cielo! ¿QuÈ se habrÀ figurado de mÌ este mamarracho? ­¡Frasquita! ¡Soy el Corregidor! ­¡Aunque fuera usted el Rey! A mÌ ¿quÈ? ¡Yo soy la mujer de mi marido, y el ama de mi casa! ¿Cree usted que yo me asusto de los Corregidores? ¡Yo sÈ ir a Madrid, y al fin del mundo, a pedir justicia contra el viejo insolente que asÌ arrastra su autoridad por los suelos! Y, sobre todo, yo sabrÈ maßana ponerme la mantilla, e ir a ver a la seßora Corregidora... ­¡No harÀs nada de eso!­repuso el Corregidor, perdiendo la paciencia, o mudando de tÀctica­. No harÀs nada de eso; porque yo te pegarÈ un tiro, si veo que no entiendes de razones... ­¡Un tiro!­exclamÑ la seßÀ Frasquita con voz sorda. ­Un tiro, sÌ... Y de ello no me resultarÀ perjuicio alguno. Casualmente he dejado dicho en la ciudad que salÌa esta noche a la caza de criminales... ¡Conque no seas necia... y quiÈreme como yo te adoro!


­Seßor Corregidor: ¿un tiro?­volviÑ a decir la navarra echando los brazos atrÀs y el cuerpo hacia adelante, como para lanzarse sobre su adversario. ­Si te empeßas, te lo pegarÈ, y asÌ me verÈ libre de tus amenazas y de tu hermosura... ­respondiÑ el Corregidor lleno de miedo y sacando un par de cachorrillos. ­¿Conque pistolas tambiÈn? ¡Y en la otra faltriquera el nombramiento de mi sobrino!­ dijo la seßa Frasquita, moviendo la cabeza de arriba abajo­Pues, seßor, la elecciÑn no es dudosa. Espere UsÌa un momento, que voy a encender la lumbre. Y asÌ hablando, se dirigiÑ rÀpidamente a la escalera, y la bajÑ en tres brincos. El Corregidor cogiÑ la luz, y saliÑ detrÀs de la Molinera, temiendo que se escapara; pero tuvo que bajar mucho mÀs despacio, de cuyas resultas, cuando llegÑ a la cocina, tropezÑ con la navarra, que volvÌa ya en su busca. ­¿Conque decÌa usted que me iba a pegar un tiro?­exclamÑ aquella indomable mujer dando un paso atrÀs­. Pues, ¡en guardia, caballero; que yo ya lo estoy! Dijo, y se echÑ a la cara el formidable trabuco que tanto papel representa. ­¡Detente, desgraciada! ¿QuÈ vas a hacer?­gritÑ el Corregidor, muerto de ­. Lo de mi tiro era una broma... Mira... Los cachorrillos estÀn descargados. En cambio, es verdad lo del nombramiento... AquÌ lo tienes... TÑmalo... Te lo regalo... Tuyo es..., de balde, enteramente de balde...


Y lo colocÑ temblando sobre la mesa. ­¡AhÌ estÀ bien!­repuso la navarra­. Maßana me servirÀ para encender la lumbre, cuando le guise el almuerzo a mi marido. ¡De usted no quiero ya ni la gloria, y, si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, serÌa para pisotearle a usted la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel indecente. ¡Ea, lo dicho! ¡MÀrchese usted de mi casa! ¡Aire!, ¡aire!, ¡pronto! . . ., ¡que ya se me sube la pÑlvora a la cabeza! El Corregidor no contestÑ a este discurso. HabÌase puesto lÌvido, casi azul; tenÌa los ojos torcidos, y un temblor como de terciana agitaba todo su cuerpo. Por Çltimo, principiÑ a castaßetear los dientes, y cayÑ al suelo, presa de una convulsiÑn espantosa. El susto del caz, lo muy mojadas que seguÌan todas sus ropas, la violenta escena del dormitorio, y el miedo al trabuco con que le apuntaba la navarra, habÌan agotado las fuerzas del enfermizo anciano. ­¡Me muero!­balbuceÑ­. ¡Llama a Gardußa!... Llama a Gardußa, que estarÀ ahÌ..., en la ramblilla... ¡Yo no debo morirme en esta casa!.. . No pudo continuar. CerrÑ los ojos, y se quedÑ como muerto. ­¡Y se morirÀ como lo dice!­prorrumpiÑ la seßÀ Frasquita­. Pues, seßor, ¡esta es la mÀs negra! ¿QuÈ hago yo ahora con este hombre en mi casa. ¿Que dirÌan de mÌ si se muriese? ¿QuÈ dirÌa Lucas?... ¿CÑmo podrÌa justificarme, cuando yo misma le he abierto la puerta? ¡Oh! no... Yo no debo quedarme aquÌ con Èl. ¡Yo debo buscar a mi marido; yo debo escandalizar el mundo


antes de comprometer mi honra. Tomada esta resoluciÑn, soltÑ el trabuco, fuese al corral, cogiÑ la burra que quedaba en Èl, la aparejÑ de cualquier modo, abriÑ la puerta grande de la cerca, montÑ de un salto, a pesar de sus carnes, y se dirigio a la ramblilla. ­¡Gardußa! ¡Gardußa!­iba gritando la navarra, conforme se acercaba a aquel sitio. ­¡Presente!­respondiÑ al cabo el Alguacil, apareciendo detrÀs de un seto­. ¿Es usted, seßÀ Frasquita? ­SÌ, yo soy. ¡Ve al molino, y socorre a tu amo, que se esta muriendo!.... ­¿QuÈ dice usted? ¡Vaya un maula! ­Lo que oyes, Gardußa... ­¿Y usted, alma mÌa ? ¿AdÑnde va a estas horas ? ­¿Yo?... ¡Quita allÀ, badulaque! ¡Yo voy a la ciudad por un mÈdico!­contestÑ la seßÀ Frasquita, arreando la burra con un talonazo y a Gardußa con un puntapiÈ. Y tomÑ... no el camino de la ciudad, como acababa de decir, sino el del lugar inmediato. Gardußa no reparÑ en esta Çltima circunstancia, pues iba ya dando zancajadas hacia el molino y discurriendo al par de esta manera:


­¡Va por un mÈdico!... ¡La infeliz no puede hacer mÀs! ¡Pero Èl es un pobre hombre! ¡Famosa ocasiÑn de ponerse malo!... ¡Dios le da confites a quien no puede roerlos!


XXII. Gardußa se multiplica.
Cuando Gardußa llegÑ al molino el Corregidor principiaba a volver en sÌ, procurando levantarse del suelo. En el suelo tambiÈn, y a su lado, estaba el velÑn encendido que bajÑ Su SeßorÌa del dormitorio. ­¿Se ha marchado ya?­fue la primera frase de don Eugenio. ­¿QuiÈn ? ­¡El demonio!... Quiero decir, la Molinera... ­SÌ, seßor... Ya se ha marchado...; y no creo que iba de muy buen humor... ­¡Ay, Gardußa! Me estoy muriendo... ­Pero ¿quÈ tiene UsÌa? ¡Por vida de los hombres! ­Me he caÌdo en el caz, y estoy hecho una sopa... ¡Los huesos se me parten de frÌo! ­¡Toma, toma! ¡Ahora salimos con eso! ­¡Gardußa!... ¡ve lo que te dices!...


­Yo no digo nada, seßor... ­Pues bien: sÀcame de este apuro... ­Voy volando... ¡VerÀ UsÌa quÈ pronto lo arreglo todo! AsÌ dijo el Alguacil, y, en un periquete cogiÑ la luz con una mano, y con la otra se metiÑ al Corregidor debajo del brazo; subiÑlo al dormitorio; pÇsolo en cueros; acostÑlo en la cama; corriÑ al jaraÌz; reuniÑ una brazada de leßa; fue a la cocina; hizo una gran lumbre; bajÑ todas las ropas de su amo; colocÑlas en los espaldares de dos o tres sillas; encendiÑ un candil; lo colgÑ de la espetera, y tornÑ a subir a la camara. ­¿QuÈ tal vamos?­preguntÑle entonces a don Eugenio, levantando en alto el velÑn para verle mejor el rostro. ­¡Admirablemente! ¡Conozco que voy a sudar! ¡Maßana te ahorco, Gardußa! ­¿Por quÈ, seßor? ­¿Y te atreves a preguntÀrmelo? ¿Crees tÇ que, al seguir el plan que me trazaste, esperaba yo acostarme solo en esta cama, despuÈs de recibir por segunda vez el sacramento del bautismo? ¡Maßana mismo te ahorco! ­Pero cuÈnteme UsÌa algo... ¿La seßÀ Frasquita?... ­La seßÀ Frasquita ha querido asesinarme. ¡Es todo lo que he logrado con tus consejos! Te digo que te ahorco maßana por la maßana.


­¡Algo menos serÀ, seßor Corregidor!­repuso el Alguacil. ­¿Por quÈ lo dices, insolente? ¿Porque me ves aquÌ postrado? ­No, seßor. Lo digo, porque la seßÀ Frasquita no ha debido de mostrarse tan inhumana como UsÌa cuenta, cuando ha ido a la ciudad a buscarle un mÈdico... ­¡Dios santo! ¿EstÀs seguro de que ha ido a la ciudad?­exclamÑ don Eugenio mÀs aterrado que nunca. ­A lo menos, eso me ha dicho ella... ­¡Corre, corre, Gardußa! ¡Ah! ¡Estoy perdido sin remedio! ¿Sabes a quÈ va la seßÀ Frasquita a la ciudad? ¡A contÀrselo todo a mi mujer!... ¡A decirle que estoy aquÌ! ¡Oh, Dios mÌo, Dios mÌo! ¿CÑmo habÌa yo de figurarme esto ? ¡Yo creÌ que se habrÌa ido al lugar en busca de su marido; y, como lo tengo allÌ a buen recaudo nada me importaba su viaje! Pero ¡irse a la ciudad!... ­Gardußa, corre, corre..., tÇ que eres andarÌn, y evita mi perdiciÑn! ¡Evita que la terrible Molinera entre en mi casa! ­¿Y no me ahorcarÀ UsÌa si lo consigo?­prosiguiÑ irÑnicamente el Alguacil. ­¡Al contrario! Te regalarÈ unos zapatos en buen uso, que me estÀn grandes. ¡Te regalarÈ todo lo que quieras! ­Pues voy volando. DuÈrmase UsÌa tranquilo. Dentro de media hora estoy aquÌ de vuelta, despuÈs de dejar en la cÀrcel a la navarra. ¡Para algo soy mÀs ligero que una borrica!


Dijo Gardußa, y desapareciÑ por la escalera abajo. Se cae de su peso que, durante aquella ausencia del Alguacil, fue cuando el Molinero estuvo en el molino y vio visiones por el ojo de la llave. Dejemos, pues, al Corregidor sudando en el lecho ajeno, y a Gardußa corrien do hacia la ciudad (adonde tan pronto habÌa de seguirlo el tÌo Lucas con sombrero de tres picos y capa de grana), y, convertidos tambiÈn nosotros en andarines, volemos con direcciÑn al lugar, en seguimiento de la valerosa seßÀ Frasquita.


XXIII. Otra vez el desierto y las consabidas voces.
La Çnica aventura que le ocurriÑ a la navarra en su viaje desde el molino al pueblo fue asustarse un poco al notar que alguien echaba yescas en medio de un sembrado. ­¿Si serÀ un esbirro del Corregidor? ¿Si irÀ a detenerme?­pensÑ la Molinera. En esto se oyÑ un rebuzno hacia aquel mismo lado. ­¡Burros en el campo a estas horas!­siguiÑ pensando la seßÀ Frasquita­. Pues lo que es por aquÌ no hay ninguna huerta ni cortijo... ¡Vive Dios que los duendes se estÀn despachando esta noche a su gusto! Porque la borrica de mi marido no puede ser... ¿QuÈ harÌa mi Lucas a medianoche, parado fuera del camino? ¡Nada!, ¡nada! ¡Indudablemente es un espÌa! La burra que montaba la seßÀ Frasquita creyÑ oportuno rebuznar tambiÈn en aquel instante. ­¡Calla, demonio!­le dijo la navarra, clavÀndole un alfiler de a ochavo en mitad de la cruz. Y, temiendo algÇn encuentro que no le conviniese, sacÑ tambiÈn su bestia fuera del camino y la hizo trotar por otros sembrados. Sin mÀs accidente, llegÑ a las puertas del lugar, a tiempo


que serÌan las once de la noche.


XXIV. Un rey de entonces.
HallÀbase ya durmiendo la mona el seßor Alcalde, vuelta la espalda a la espalda de su mujer (y formando asÌ con Èsta la figura de Àguila austrÌaca de dos cabezas que dice nuestro inmortal Quevedo), cuando Toßuelo llamÑ a la puerta de la cÀmara nupcial, y avisÑ al seßor Juan LÑpez que la seßÀ Frasquita, la del molino, querÌa hablarle. No tenemos para quÈ referir todos los grußidos y juramentos inherentes al acto de despertar y vestirse el Alcalde de monterilla, y nos trasladamos desde luego al instante en que la Molinera lo vio llegar, desperezÀndose como un gimnasta que ejercita la musculatura, y exclamando en medio de un bostezo interminable: ­¡TÈngalas usted muy buenas, seßÀ Frasquita! ¿QuÈ le trae a usted por aquÌ? ¿No le dijo a usted Toßuelo que se quedase en el molino? ¿AsÌ desobedece usted a la Autoridad ? ­¡Necesito ver a mi Lucas!­respondiÑ la navarra­. ¡Necesito verlo al instante! ¡Que le digan que estÀ aquÌ su mujer! ­ ¡Necesito! ¡Necesito! Seßora, ¡a usted se le olvida que estÀ hablando con el Rey!. . . ­¡DÈjeme usted a mÌ de reyes, seßor Juan, que no estoy para bromas! ¡Demasiado sabe usted lo que me sucede! ¡Demasiado sabe para quÈ ha preso a mi marido!


­Yo no sÈ nada, seßÀ Frasquita... Y en cuanto a su marido de usted, no estÀ preso, sino durmiendo tranquilamente en esta su casa, y tratado como yo trato a las personas. ¡A ver, Toßuelo! ¡Toßuelo! Anda al pajar, y dile al tÌo Lucas que se despierte y venga corriendo... Conque vamos..., ¡cuÈnteme usted lo que pasa!... ¿Ha tenido usted miedo de dormir sola? ­¡No sea usted desvergonzado, seßor Juan! ¡Demasiado sabe usted que a mÌ no me gustan sus bromas ni sus veras! ¡Lo que me pasa es una cosa muy sencilla: que usted y el seßor Corregidor han querido perderme!, ¡pero que se han llevado un solemne chasco! ¡Yo estoy aquÌ sin tener de quÈ abochornarme, y el seßor Corregidor se queda en el molino muriÈndose!... ­¡MuriÈndose el Corregidor!­exclamÑ su subordinado­. Seßora, ¿sabe usted lo que dice? ­¡Lo que usted oye! Se ha caÌdo en el caz, y casi se ha ahogado, o ha cogido una pulmonÌa, o yo no sÈ... ¡Eso es cuenta de la Corregidora! Yo vengo a buscar a mi marido, sin perjuicio de salir maßana mismo para Madrid, donde le contarÈ al Rey... ­¡Demonio, demonio!­murmurÑ el seßor Juan LÑpez­. ¡A ver, Manuela!... ¡Muchacha!... Anda y aparÈjame la mulilla... SeßÀ Frasquita, al molino voy... ¡Desgraciada de usted si le ha hecho algÇn daßo al seßor Corregidor! ­¡Seßor Alcalde, seßor Alcalde!­exclamÑ en esto Toßuelo, entrando mÀs muerto que vivo­. El tÌo Lucas no estÀ en el pajar. Su burra no se halla tampoco en los pesebres, y la puerta del corral estÀ abierta... ¡De modo que el pÀjaro se ha escapado! ­¿QuÈ estÀs diciendo?­gritÑ el seßorJuan LÑpez.


­¡Virgen del Carmen! ¿QuÈ va a pasar en mi casa?­exclamÑ la seßÀ Frasquita­. ¡Corramos, seßor Alcalde; no perdamos tiempo!... Mi marido va a matar al Corregidor al encontrarlo allÌ a estas horas... ­¿Luego usted cree que el tÌo Lucas estÀ en el molino ? ­¿Pues no lo he de creer? Digo mÀs...: cuando yo venÌa me he cruzado con Èl sin conocerlo. ¡èl era sin duda uno que echaba yescas en medio de un sembrado! ¡Dios mÌo! ¡Cuando piensa una que los animales tienen mÀs entendimiento que las personas! Porque ha de saber usted, seßor Juan, que indudablemente nuestras dos burras se reconocieron y se saludaron, mientras que mi Lucas y yo ni nos saludamos ni nos reconocimos... ¡Antes bien huimos el uno del otro, tomÀndonos mutuamente por espÌas!... ­¡Bueno estÀ su Lucas de usted!­replicÑ el Alcalde­. En fin, vamos andando y ya veremos lo que hay que hacer con todos ustedes. ¡Conmigo no se juega! ¡Yo soy el Rey!... Pero no un Rey como el que ahora tenemos en Madrid, o sea, en El Pardo sino como aquel que hubo en Sevilla, a quien llamaban Don Pedro el Cruel. ¡A ver, Manuela! ¡TrÀeme el bastÑn, y dile a tu ama que me marcho! ObedeciÑ la sirvienta (que era por cierto mÀs buena moza de lo que convenÌa a la alcaldesa y a la moral) y, como la mulilla del seßor Juan LÑpez estuviese ya aparejada, la seßÀ Frasquita y Èl salieron para el molino, seguidos del indispensable Toßuelo.


XXV. La estrella de Gardußa.
PrecedÀmosles nosotros, supuesto que tenemos carta blanca para andar mÀs deprisa que nadie. Gardußa se hallaba ya de vuelta en el molino, despuÈs de haber buscado a la seßÀ Frasquita por todas las calles de la ciudad. El astuto Alguacil habÌa tocado de camino en el Corregimiento, donde lo encontrÑ todo muy sosegado. Las puertas seguÌan abiertas como en medio del dÌa, segÇn es costumbre cuando la Autoridad estÀ en la calle ejerciendo sus sagradas funciones. Dormitaban en la meseta de la escalera y en el recibimiento otros alguaciles y ministros, esperando descansadamente a su amo; mas cuando sintieron llegar a Gardußa, desperezÀronse dos o tres de ellos, y le preguntaron al que era su decano y jefe inmediato: ­¿Viene ya el seßor? ­¡Ni por asomo! Estaos quietos. Vengo a saber si ha habido novedad en la casa... ­Ninguna. ­¿Y la Seßora? ­Recogida en sus aposentos.


­¿No ha entrado una mujer por estas puertas hace poco? ­Nadie ha aparecido por aquÌ en toda la noche... ­Pues no dejÈis entrar a persona alguna, sea quien sea y diga lo que diga. ¡Al contrario! Echadle mano al mismo lucero del alba que venga a preguntar por el Seßor o por la Seßora, y llevadlo a la cÀrcel. ­¿Parece que esta noche se anda a caza de pÀjaros de cuenta?­preguntÑ uno de los esbirros. ­¡Caza mayor!­aßadiÑ otro. ­¡MayÇscula!­respondiÑ Gardußa solemnemente­. ¡Figuraos si la cosa serÀ delicada, cuando el seßor Corregidor y yo hacemos la batida por nosotros mismos!... Conque... hasta luego, buenas piezas, y ¡mucho ojo! ­Vaya usted con Dios, seßor BastiÀn­repusieron todos saludando a Gardußa. ­¡Mi estrella se eclipsa!­murmurÑ Èste al salir del Corregimiento­. ¡Hasta las mujeres me engaßan! La Molinera se encaminÑ al lugar en busca de su esposo, en vez de venirse a la ciudad... ¡Pobre Gardußa! ¿QuÈ se ha hecho de tu olfato? Y, discurriendo de este modo, tomÑ la vuelta al molino. RazÑn tenÌa el olfato, pues que no momento detrÀs de ramblilla, y el cual Alguacil para echar de menos su antiguo venteÑ a un hombre que se escondÌa en aquel unos mimbres, a poca distancia de la exclamÑ para su capote, o mÀs bien para su


capa grana: ­¡Guarda, Pablo! ¡Por allÌ viene Gardußa!... Es menester que no me vea... Era el tÌo Lucas vestido de Corregidor, que se dirigÌa a la ciudad, repitiendo de vez en cuando su diabÑlica frase: ­¡TambiÈn la Corregidora es guapa! PasÑ Gardußa sin verlo, y el falso Corregidor dejÑ su escondite y penetrÑ en la poblaciÑn... Poco despuÈs llegaba el Alguacil al molino, segÇn dejamos indicado.


XXVI. ReacciÑn.
El Corregidor seguÌa en la cama, tal y como acababa de verlo el tÌo Lucas por el ojo de la llave. ­¡QuÈ bien sudo, Gardußa! ¡Me he salvado de una enfermedad!­exclamÑ tan luego como penetrÑ el Alguacil en la estancia­. ¿Y la seßÀ Frasquita? ¿Has dado con ella? ¿Viene contigo? ¿Has hablado con la Seßora? ­La Molinera, seßor­respondiÑ Gardußa con angustiado acento­, me engaßÑ como a un pobre hombre; pues no se fue a la ciudad, sino al pueblecillo... en busca de su esposo. Perdone UsÌa la torpeza... ­¡Mejor! ¡Mejor!­dijo el madrileßo, con los ojos chispeantes de maldad­. ¡Todo se ha salvado entonces! Antes de que amanezca estarÀn caminando para las cÀrceles de la InquisiciÑn, atados codo con codo, el tÌo Lucas y la seßÀ Frasquita, y allÌ se pudrirÀn sin tener a quien contarle sus aventuras de esta noche. TrÀeme la ropa Gardußa que ya estarÀ seca... ¡TrÀemela y vÌsteme! ¡El amante se va a convertir en Corregidor!... Gardußa bajÑ a la cocina por la ropa. ... ... ... ...


XXVII. ¡Favor al Rey!
Entre tanto, la seßÀ Frasquita, el seßor Juan LÑpez y Toßuelo avanzaban hacia el molino, al cual llegaron pocos minutos despuÈs. ­¡Yo entrarÈ delante!­exclamÑ el alcalde de monterilla­. ¡Para algo soy la autoridad! SÌgueme, Toßuelo, y usted, seßÀ Frasquita, espÈrese a la puerta hasta que yo la llame. PenetrÑ, pues, el seßor Juan LÑpez bajo la parra, donde vio a la luz de la luna un hombre casi jorobado, vestido como solÌa el Molinero, con chupetÌn y calzÑn de paßo pardo, faja negra, medias azules, montera murciana de felpa, y el capote de monte al hombro. ­¡El es!­gritÑ el Alcalde­. ¡Favor al Rey! ¡EntrÈguese usted, tÌo Lucas! El hombre de la montera intentÑ meterse en el molino. ­¡Date!­gritÑ a su vez Toßuelo, saltando sobre Èl, cogiÈndolo por el pescuezo, aplicÀndole una rodilla al espinazo, y haciÈndole rodar por tierra. Al mismo tiempo, otra especie de fiera saltÑ sobre Toßuelo, y agarrÀndolo de la cintura, lo tirÑ sobre el empedrado y principiÑ a darle de bofetones. Era la seßÀ Frasquita, que exclamaba:


­¡Tunante! ¡Deja a mi Lucas! Pero, en esto, otra persona, que habÌa aparecido llevando del diestro una borrica, metiÑse resueltamente entre los dos, y tratÑ de salvar a Toßuelo. Era Gardußa, que, tomando al alguacil del lugar por don Eugenio de ZÇßiga, le decÌa a la Molinera: ­¡Seßora, respete usted a mi amo! Y la derribo de espaldas sobre el lugareßo. La seßÀ Frasquita, viÈndose entre dos fuegos, descargÑ entonces a Gardußa tal revÈs en medio del estÑmago, que le hizo caer de boca tan largo como era. Y, con Èl, ya eran cuatro las personas que rodaban por el suelo. El seßor Juan LÑpez impedÌa entre tanto levantarse al supuesto tÌo Lucas, teniÈndole plantado un pie sobre los rißones. ­¡Gardußa! ¡Socorro! ¡Favor al Rey! ¡Yo soy el Corregidor!­gritÑ al fin don Eugenio, sintiendo que la pezußa del Alcalde, calzada con albarca de piel de toro, lo reventaba materialmente. ­¡El Corregidor! ¡Pues es verdad!­dijo el seßor Juan LÑpez, lleno de asombro. . . ­¡El Corregidor!­repitieron todos. '


Y pronto estuvieron de pie los cuatro derribados. ­¡Todo el mundo a la cÀrcel!­exclamÑ don Eugenio de ZÇßiga­. ¡Todo el mundo a la horca! ­Pero, seßor.. ­observÑ el seßor Juan LÑpez, poniÈndose de rodillas­. ¡Perdone UsÌa que lo haya maltratado! ¿CÑmo habÌa de conocer a UsÌa con esa ropa tan ordinaria? ­¡BÀrbaro!­replicÑ el Corregidor­. ¡Alguna habÌa de ponerme! ¿No sabes ni que me han robado la mÌa ? ¿No sabes que una compaßÌa de ladrones, mandada por el tÌo Lucas...? ­¡Miente usted!­gritÑ la navarra. ­EscÇcheme usted, seßÀ Frasquita­le dijo Gardußa, llamÀndola aparte­. Con permiso del seßor Corregidor y la compaßa... ¡Si usted no arregla esto, nos van a ahorcar a todos, empezando por el tÌo Lucas!... ­Pues ¿quÈ ocurre?­preguntÑ la seßÀ Frasquita. ­Que el tÌo Lucas anda a estas horas por la ciudad vestido de Corregidor... y que Dios sabe si habrÀ llegado con su disfraz hasta el propio dormitorio de la Corregidora. Y el alguacil le refiriÑ en cuatro palabras todo lo que ya sabemos. ­¡JesÇs!­exclamÑ la Molinera­. ¡Conque mi marido me cree deshonrada! ¡Conque ha ido a la ciudad a vengarse! ¡Vamos, vamos a la ciudad, y justificadme a los ojos de mi Lucas!


­¡Vamos a la ciudad, e impidamos que ese hombre hable con mi mujer y : cuente todas las majaderÌas que se haya figurado!­dijo el Corregidor, arrimÀndose a una de las burras­. DÈme usted un pie para montar, seßor Alcalde. ­Vamos a la ciudad, sÌ.. .­aßadiÑ Gardußa ; ¡y quiera el cielo, seßor Corrergidor que el tÌo Lucas, amparado por su vestimenta, se haya contentado con hablarle a la Seßora! ­¿QuÈ dices, desgraciado?­prorrumpiÑ don Eugenio de Zußiga­. ¿Crees tÇ a ese villano capaz?... ­¡De todo!­contestÑ la seßÀ Frasquita.


XXVIII. ¡Ave MarÌa Purisima!¡Las doce y media y sereno!
AsÌ gritaba por las calles de la ciudad quien tenÌa facultades para tanto, cuando la Molinera y el Corregidor, cada cual en una de las burras del molino, el seßor Juan LÑpez en su mula, y los dos alguaciles andando, llegaron a la puerta del Corregimiento. La puerta estaba cerrada. DijÈrase que para el Gobierno, lo mismo que para los gobernados, habÌa concluido todo por aquel dÌa. ­¡Malo!­pensÑ Gardußa. Y llamÑ con el aldabÑn dos o tres veces. PasÑ mucho tiempo, y ni abrieron ni contestaron. La seßÀ Frasquita estaba mÀs amarilla que la cera. El Corregidor se habÌa comido ya todas las ußas de ambas manos. Nadie decÌa una palabra. ¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!...; golpes y mÀs golpes a la puerta


del Corregimiento (aplicados sucesivamente por los dos alguaciles y por el seßor Juan LÑpez)... ¡Y nada! ¡No respondÌa nadie! ¡No abrÌan! ¡No se movÌa una mosca! ¡Solo se oÌa el claro rumor de los caßos de una fuente que habÌa en el patio de la casa. Y de esta manera transcurrÌan minutos, largos como eternidades. Al fin, cerca de la una, abriÑse un ventanillo del piso segundo, y dijo una voz femenina: ­¿QuiÈn? ­Es la voz del ama de leche...­murmurÑ Gardußa. ­¡Yo!­respondiÑ don Eugenio de ZÇßiga­. ¡Abrid! PasÑ un instante de silencio. ­¿Y quiÈn es usted?­replicÑ luego la nodriza. ­¿Pues no me estÀ usted oyendo ? ¡Soy el amo!... ¡El Corregidor!... Hubo otra pausa. ­¡Vaya usted mucho con Dios!­repuso la buena mujer­. Mi amo vino hace una hora, y se acostÑ en seguida. ¡AcuÈstense ustedes tambiÈn, y duerman el vino que tendrÀn en el cuerpo! Y la ventana se cerrÑ de golpe. La seßÀ Frasquita se cubriÑ el rostro con las manos. ­¡Ama!­tronÑ el Corregidor, fuera de sÌ­. ¿No oye usted


que le digo que abra la puerta? ¿No oye usted que soy yo? ¿Quiere usted que la ahorque tambiÈn? La ventana volviÑ a abrirse. ­Pero vamos a ver...­expuso el ama­. ¿QuiÈn es usted para dar esos gritos? ­¡Soy el Corregidor! ­¡Dale, bola! ¿No le digo a usted que el seßor Corregidor vino antes de las doce..., y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las habitaciones de la Seßora? ¿Se quiere usted divertir conmigo? ¡Pues espere usted... y verÀ lo que le pasa! Al mismo tiempo se abriÑ repentinamente la puerta y una nube de criados y ministriles, provistos de sendos garrotes, se lanzÑ sobre los de afuera, exclamando furiosamente: ­¡A ver! ¿DÑnde estÀ ese que dice que es el Corregidor? ¿DÑnde estÀ ese chusco? ¿DÑnde estÀ ese borracho? Y se armo un lÌo de todos los demonios en medio de la oscuridad, sin que nadie pudiera entenderse, y no dejando de recibir algunos palos el Corregidor, Gardußa, el seßor Juan LÑpez y Toßuelo. Era la segunda paliza que le costaba a don Eugenio su aventura de aquella noche, ademas del remojÑn que se dio en el caz del molino. La seßÀ Frasquita, apartada de aquel laberinto, lloraba por la primera vez de su vida...


­¡Lucas! ¡Lucas!­decÌa­. ¡Y has podido dudar de mÌ! ¡Y has podido estrechar en tus brazos a otra! ¡Ah! ¡Nuestra desventura no tiene ya remedio!


XXIX. Post nubila... Diana.
­¿QuÈ escÀndalo es este?­dijo al fin una voz tranquila, majestuosa y de gracioso timbre, resonando encima de aquella baraÇnda. Todos levantaron la cabeza, y vieron a una mujer vestida de negro asomada balcÑn principal del edificio. ­¡La Seßora!­dijeron los criados, suspendiendo la retreta de palos. ­¡Mi mujer!­tartamudeÑ don Eugenio. ­Que pasen esos rÇsticos... El seßor Corregidor dice que lo permite...­agregÑ la Corregidora. Los criados cedieron paso, y el de ZÇßiga y sus acompaßantes penetraron en el portal y tomaron por la escalera arriba. NingÇn reo ha subido al patÌbulo con paso tan inseguro y semblante tan denudado como el Corregidor subÌa las escaleras de su casa. Sin embargo, la idea de su deshonra principiaba ya a descollar, con noble egoÌsmo, por encima de todos los infortunios que habÌa causado y que lo afÌigÌan y sobre las demÀs ridiculeces de la situaciÑn en que se hallaba... ­¡Antes que todo­iba pensando­, soy un ZÇßiga y un Ponce


de LeÑn!... ¡Ay de aquellos que lo hayan echado en olvido! ¡Ay de mi mujer, si ha mancillado mi nombre!


XXX. Una seßora de clase.
La Corregidora recibiÑ a su esposo y a la rÇstica comitiva en el salÑn principal del Corregimiento. Estaba sola, de pie y con los ojos clavados en la puerta. èrase una principalÌsima dama, bastante joven todavÌa, de plÀcida y severa hermosura, mÀs propia del pincel cristiano que del cincel gentÌlico, y estaba vestida con toda la nobleza y seriedad que consentÌa el gusto de la Època. Su traje, de corta y estrecha falda y mangas huecas y subidas, era de alepÌn negro: una paßoleta de blonda blanca, algo amarillenta, velaba sus admirables hombros, y larguÌsimos maniquetes o mitones de tul negro cubrÌan la mayor parte sus alabastrinos brazos. AbanicÀbase majestuosamente con un pericÑn enorme, traÌdo de las islas Filipinas, y empußaba con la otra mano un paßuelo de encaje, cuyos cuatro picos colgaban simÈtricamente con una regularidad solo comparable a la de su actitud y menores movimientos. Aquella hermosa mujer tenÌa algo de reina y mucho de abadesa, e infundÌa por ende veneraciÑn y miedo, a cuantos la miraban. Por lo demÀs, el atildamiento de su traje a semejante hora, la gravedad de su continente y las muchas luces que alumbraban el salÑn, demostraban que la Corregidora se habÌa esmerado en dar a aquella escena una solemnidad teatral y un tinte ceremonioso que contrastasen con el carÀcer villano y grosero de la aventura de su marido.


Advertiremos, finalmente, que aquella seßora se llamaba doßa Mercedes Carrillo de Albornoz y Espinosa de los Monteros, y que era hija, nieta, biznieta, tataranieta y hasta vigÈsima nieta de la ciudad, como descendiente de sus ilustres conquistadores. Su familia, por razones de vanidad mundana, la habÌa inducido a casarse con el viejo y acaudalado Corregidor, y ella, que de otro modo hubiera sido monja, pues su vocaciÑn natural la iba llevando al claustro, consintiÑ en aquel doloroso sacrificio. A la sazÑn tenÌa ya dos vÀstagos del arriscado madrileßo, y aÇn se susurraba que habÌa otra vez moros en la costa... Conque volvamos a nuestro cuento.


XXXI. La pena del taliÑn.
­¡Mercedes!­exclamÑ el Corregidor al comparecer delante de su esposa. ­¡Hola, tÌo Lucas! ¿Usted por aquÌ?­dÌjole la Corregidora, interrumpiÈndole­. ¿Ocurre alguna desgracia en el molino? ­¡Seßora, no estoy para chanzas!­repuso el Corregidor hecho una fiera­. Antes de entrar en explicaciones por mi parte, necesito saber quÈ ha sido de mi honor... ­¡Esa no es cuenta mÌa! ¿Acaso me lo ha dejado usted a mÌ en depÑsito? ­SÌ, seßora... ¡A usted!­replicÑ don Eugenio­. ¡Las mujeres son las depositarias del honor de sus maridos! ­Pues entonces, mi querido tÌo Lucas, pregÇntele usted a su mujer... Precisamente nos estÀ escuchando. La seßÀ Frasquita, que se habÌa quedado a la puerta del salÑn, lanzÑ una especie de rugido. ­Pase usted, seßora y siÈntese...­aßadiÑ la Corregidora, dirigiÈndose a la Molinera con dignidad soberana. Y, por su parte, encaminÑse al sofÀ. La generosa navarra supo comprender, desde luego, toda la grandeza de la actitud de aquella esposa injuriada..., e injuriada


acaso doblemente... AsÌ es que, alzÀndose en el acto a igual altura, dominÑ sus naturales Ìmpetus, y guardÑ un silencio decoroso. Esto sin contar con que la seßÀ Frasquita, segura de su inocencia y de su fuerza, no tenÌa prisa de defenderse: tenÌala, sÌ, de acusar, mucha..., pero no ciertamente a la Corregidora. ¡Con quien ella deseaba ajustar cuentas era con el tÌo Lucas... y el tÌo Lucas no estaba allÌ! ­SeßÀ Frasquita...­repitiÑ la noble dama, al ver que la Molinera no se habÌa movido de su sitio­: le he dicho a usted que puede pasar y sentarse. Esta segunda indicaciÑn fue hecha con voz mÀs afectuosa y sentida que la primera... DijÈrase que la Corregidora habÌa adivinado tambiÈn por instinto, al fijarse en el reposado continente y en la varonil hermosura de aquella mujer, que no iba a habÈrselas con un ser bajo y despreciable, sino quizÀ mÀs bien con otra infortunada como ella; ¡infortunada, sÌ, por el solo hecho de haber conocido al Corregidor! Cruzaron, pues, sendas miradas de paz y de indulgencia aquellas dos mujeres que se consideraban dos veces rivales, y notaron con gran sorpresa que sus almas se aplacieron la una en la otra, como dos hermanas que se reconocen. No de otro modo se divisan y saludan a lo lejos las castas nieves de las encumbradas montaßas. Saboreando estas dulces emociones, la Molinera entrÑ majestuosamente en el salÑn, y se sentÑ en el filo de una silla. A su paso por el molino, previendo que en la ciudad tendrÌa que hacer visitas de importancia, se habÌa arreglado un poco y


puÈstose una mantilla de franela negra, con grandes felpones, que le sentaba divinamente. ParecÌa toda una seßora. Por lo que toca al Corregidor, dicho se estÀ que habÌa guardado silencio durante aquel episodio. El rugido de la seßÀ Frasquita y su apariciÑn en la escena no habÌan podido menos de sobresaltarlo. ¡Aquella mujer le causaba ya mÀs terror que la suya propia! ­Conque vamos, tÌo Lucas...­prosiguiÑ doßa Mercedes, dirigiÈndose a su marido­. AhÌ tiene usted a la seßÀ Frasquita... ¡Puede usted volver a formular demanda! ¡Puede usted preguntarle aquello de su honra! ­Mercedes, ¡por los clavos de Cristo!­gritÑ el Corregidor­. ¡Mira que tÇ no sabes de lo que soy capaz! ¡Nuevamente te conjuro a que dejes la broma y me digas todo lo que ha pasado aquÌ durante mi ausencia! ¿DÑnde estÀ ese hombre? ­¿QuiÈn? ¿Mi marido?... Mi marido se estÀ levantando, y ya no puede tardar en venir. ­¡LevantÀndose!­bramÑ don Eugenio. ­¿Se asombra usted? ¿Pues dÑnde querÌa usted que estuviese a estas horas hombre de bien sino en su casa, en su cama y durmiendo con su legÌtima consorte como manda Dios? ­¡Merceditas! ¡Ve lo que te dices! ¡Repara en que nos estÀn oyendo! ¡Repara en que soy el Corregidor!... ­¡A mÌ no me dÈ usted voces, tÌo Lucas, o mandarÈ a los alguaciles que lo lleven a la cÀrcel!­replicÑ la Corregidora,


poniÈndose de pie. ­¡Yo a la cÀrcel! ¡Yo! ¡El Corregidor de la ciudad! ­El Corregidor de la ciudad, el representante de la Justicia, el apoderado del Rey­repuso la gran seßora con una severidad y una energÌa que ahogaron la voz del fingido Molinero­llegÑ a su casa a la hora debida, a descansar de las nobles tareas de su oficio, para seguir maßana amparando la honra y la vida de los ciudadanos, la santidad del hogar y el recato de las mujeres, impidiendo de este modo que nadie pueda entrar, disfrazado de Corregidor ni de ninguna otra cosa, en la alcoba de la mujer ajena; que nadie pueda sorprender a la virtud de su descuidado reposo; que nadie pueda abusar de su casto sueßo... ­¡Merceditas! ¿QuÈ es lo que profieres?­silbÑ el Corregidor con labios y encÌas­. ¡Si es verdad que ha pasado en mi casa, dirÈ que eres una picara, una pÈrfida, una licenciosa! ­¿Con quiÈn habla este hombre?­prorrumpiÑ la Corregidora desdeßosamente y pasando la vista por todos los circunstantes­. ¿QuiÈn es este loco? ¿QuiÈn es este ebrio ?... ¡Ni siquiera puedo ya creer que sea un honrado molinero como el tÌo Lucas, a pesar de que viste su traje de villano! SeßorJuan LÑpez, crÈame usted­continuÑ, encarÀndose con el alcalde de monterilla, que estaba aterrado­: mi marido, el Corregidor de la ciudad, llegÑ a esta su casa hace dos horas, con su sombrero de tres picos, su capa de grana, su espadÌn de caballero y su bastÑn de autoridad... Los criados y alguaciles que me escuchan se levantaron, y lo saludaron al verlo pasar por el portal, por la escalera y por el recibimiento. CerrÀronse en seguida todas las puertas, y desde entonces no ha penetrado nadie en mi hogar hasta que llegaron ustedes. ¿Es esto cierto! Responded vosotros.


­¡Es verdad! ¡Es muy verdad!­contestaron la nodriza, los domÈsticos y los ministriles; todos los cuales, agrupados a la puerta del salÑn, presenciaban aquella singular escena. ­¡Fuera de aquÌ todo el mundo!­gritÑ don Eugenio, echando espumarajos de rabia­. ¡Gardußa! ¡Gardußa! ¡Ven y prende a estos viles que me estÀn faltando al respeto! ¡Todos a la cÀrcel! ¡Todos a la horca! Gardußa no parecÌa por ningun lado. ­AdemÀs, seßor...­continuÑ doßa Mercedes, cambiando de tono y dignÀndose ya mirar a su marido y tratarle como a tal, temerosa de que las chanzas llegaran a irremediables extremos­. Supongamos que usted es mi esposo... Supongamos que usted es don Eugenio de ZÇßiga y Ponce de LeÑn... ­¡Lo soy! ­Supongamos, ademÀs, que me cupiese alguna culpa en haber tomado por usted al hombre que penetrÑ en mi alcoba vestido de Corregidor... ­¡Infames!­gritÑ el viejo, echando mano a la espada, y encontrÀndose sÑlo con el sitio, o sea con la faja del molinero murciano. La navarra se tapÑ el rostro con un lado de la mantilla para ocultar las llamaradas de sus celos. ­Supongamos todo lo que usted quiera...­continuÑ doßa Mercedes con una impasibilidad inexplicable. Pero dÌgame usted ahora, seßor mÌo: ¿TendrÌa usted derecho a quejarse? ¿PodrÌa


usted acusarme como fiscal? ¿PodrÌa usted sentenciarme como juez? ¿Viene usted de confesar? ¿Viene usted de oÌr misa? ¿O de dÑnde viene usted con ese traje? ¿De dÑnde viene usted con esa seßora? ¿DÑnde ha pasado usted la mitad de la noche? ­Con permiso...­exclamÑ la seßÀ Frasquita, poniÈndose de pie como empujada por un resorte y atravesÀndose arrogantemente entre la Corregidora y su marido. èste, que iba a hablar, se quedÑ con la boca abierta al ver que la navarra entraba en fuego. Pero doßa Mercedes se anticipÑ, y dijo: ­Seßora, no se fatigue usted en darme a mÌ explicaciones... ¡Yo no se las pido a usted, ni mucho menos! AllÌ viene quien puede pedÌrselas a justo tÌtulo... ¡EntiÈndase usted con Èl! Al mismo tiempo se abriÑ la puerta de un gabinete y apareciÑ en ella el tÌo Lucas, vestido de Corregidor de pies a cabeza, y con bastÑn, guantes y espadÌn como si se presentase en las Salas de Cabildo.


XXXII. La fe mueve la montaßas.
­Tengan ustedes muy buenas noches­pronunciÑ el reciÈn llegado, quitÀndose el sombrero de tres picos, y hablando con la boca sumida, como solÌa don Eugenio de ZÇßiga. En seguida se adelantÑ por el salÑn, balanceÀndose en todos sentidos, y fue a besar la mano de la Corregidora. Todos se quedaron estupefactos. El parecido del tÌo Lucas con el verdadero Corregidor era maravilloso. AsÌ es que la servidumbre, y hasta el mismo seßor Juan LÑpez, no pudieron contener la carcajada. Don Eugenio sintiÑ aquel nuevo agravio, y se lanzÑ sobre el tÌo Lucas como un basilisco. Pero la seßÀ Frasquita metiÑ el montante, apartando al Corregidor con el brazo de marras, y Su SeßorÌa, en evitaciÑn de otra voltereta y del consiguiente ludibrio se dejÑ atropellar sin decir oxte ni moxte. Estaba visto que aquella mujer habÌa nacido para domadora del pobre viejo. El tÌo Lucas se puso mÀs pÀlido que la muerte al ver que su mujer se le acercaba; pero luego se dominÑ, y, con una risa tan horrible que tuvo que llevarse la mano al corazÑn para que no se le hiciese pedazos, dijo, remedando siempre al Corregidor:


­¡Dios te guarde, Frasquita! ¿Le has enviado ya a tu sobrino el nombramiento? ¡Hubo que ver entonces a la navarra! TirÑse la mantilla atrÀs, levantÑ la frente con soberanÌa de leona, y clavando en el falso Corregidor dos ojos como dos pußales: ­¡Te desprecio, Lucas!­le dijo en mitad de la cara. Todos creyeron que le habÌa escupido. ¡Tal gesto, tal ademÀn y tal tono de voz acentuaron aquella frase! El rostro del Molinero se transfigurÑ al oÌr la voz de su mujer. Una especie de inspiraciÑn semejante a la de la fe religiosa, habÌa penetrado en su alma, inundÀndola de luz y de alegrÌa... AsÌ es que, olvidÀndose por un momento de cuanto habÌa visto y creÌdo ver en el molino, exclamÑ con las lÀgrimas en los ojos y la sinceridad en los labios: ­¿Conque tÇ eres mi Frasquita? ­¡No.!­respondiÑ la navarra fuera de sÌ­. ¡Yo no soy ya tu Frasquita! Yo soy... ¡PregÇntaselo a tus hazaßas de esta noche, y ellas te dirÀn lo que has hecho del corazÑn que tanto te querÌa!... Y se echÑ a llorar, como una montaßa de hielo que se hunde, y principia a derretirse. La Corregidora se adelantÑ hacia ella sin poder contenerse, y la estrechÑ en sus brazos con el mayor carißo. La seßÀ Frasquita se puso entonces a besarla, sin saber tampoco


lo que se hacÌa, diciÈndole entre sus sollozos, como una nißa que busca el amparo de su madre: ­¡Seßora, seßora! ¡QuÈ desgraciada soy! ­¡No tanto como usted se figura!­contestÀbale la Corregidora, llorando tambien generosamente. ­¡Yo sÌ que soy desgraciado!­gemÌa al mismo tiempo el tÌo Lucas, andando a pußetazos con sus lÀgrimas, como avergonzado de verterlas. ­Pues ¿y yo?­prorrumpiÑ al fin don Eugenio, sintiÈndose ablandado por el contagioso lloro de los demÀs, o esperando salvarse tambiÈn por la vÌa hÇmeda; quiero decir, por la vÌa del llanto­. ¡Ah, yo soy un pÌcaro!, ¡un monstruo!, ¡un calavera deshecho, que ha llevado su merecido! Y rompiÑ a berrear tristemente abrazado a la barriga del seßor Juan LÑpez. Y este y los criados lloraban de igual manera, y todo parecÌa concluido, y, sin embargo, nadie se habÌa explicado.


XXXIII. Pues ¿y tÇ?
El tÌo Lucas fue el primero que saliÑ a flote en aquel mar de lÀgrimas. Era que empezaba a acordarse otra vez de lo que habÌa visto por el ojo de la llave. ­¡Seßores, vamos a cuentas!...­dijo de pronto. ­No hay cuentas que valgan, tÌo Lucas...­exclamÑ la Corregidora­. ¡Su mujer de usted es una bendita! ­Bien... sÌ...; pero... ­¡Nada de pero!... DÈjela usted hablar, y verÀ como se justifica. Desde que la vi, me dio el corazÑn que era una santa, a pesar de todo lo que usted me habÌa contado... ­¡Bueno; que hable!­dijo el tÌo Lucas. ­¡Yo no hablo!­contestÑ la Molinera­. ¡El que tiene que hablar eres tÇ!. .. Porque la verdad es que tÇ... Y la seßÀ Frasquita no dijo mÀs, por impedÌrselo el invencible respeto que le inspiraba la Corregidora. ­Pues ¿y tÇ?­respondiÑ el tÌo Lucas perdiendo de nuevo toda fe. ­Ahora no se trata de ella...­gritÑ el Corregidor, tornando


tambiÈn a sus celos­. ¡Se trata de usted y de esta seßora! ¡Ah, Merceditas!... ¿QuiÈn habÌa de decirme que tÇ ?. . . ­Pues ¿y tÇ.?­repuso la Corregidora midiÈndolo con la vista. Y durante algunos momentos los dos matrimonios repitieron cien veces las mismas frases: ­¿Y tÇ? ­¿Pues y tÇ ? ­¡Vaya que tÇ! ­¡No que tÇ! ­Pero ¿cÑmo has podido tÇ?... EtcÈtera, etc. etc. La cosa hubiera sido interminable si la Corregidora, revistiÈndose de dignidad, no dijese por Çltimo a don Eugenio: ­¡Mira cÀllate tÇ ahora! Nuestra cuestiÑn particular la ventilaremos mÀs adelante. Lo que urge en este momento es devolver la paz al corazÑn del tÌo Lucas, cosa muy fÀcil a mi juicio, pues allÌ distingo al seßor Juan LÑpez y a Toßuelo, que estÀn saltando por justificar a la seßÀ Frasquita... ­¡Yo no necesito que me justifiquen los hombres!­respondiÑ esta­. Tengo dos testigos de mayor crÈdito a quien no se dirÀ que he seducido ni sobornado...


­¿Y dÑnde estÀn?­preguntÑ el Molinero. ­EstÀn abajo, en la puerta... ­Pues diles que suban, con permiso de esta seßora. ­Las pobres no pueden subir... ­¡Ah! ¡Son dos mujeres!... ¡Vaya un testimonio fidedigno! ­Tampoco son dos mujeres. Solo son dos hembras... ­¡Peor que peor! ¡SerÀn dos nißas!... Hazme el favor de dearme sus nombres. ­La una se llama Pißona y la otra Liviana... ­¡Nuestras dos burras! Frasquita: ¿te estÀs riendo de mÌ? ­No, que estoy hablando muy formal. Yo puedo probarte con el testimonio de nuestras burras, que no me hallaba en el molino cuando tÇ viste en Èl al seßor Corregidor. ­¡Por Dios te pido que te expliques!... ­¡Oye, Lucas!..., y muÈrete de vergÝenza por haber dudado de mi honradez. Mientras tÇ ibas esta noche desde el lugar a nuestra casa, yo me dirigÌa desde nuestra casa al lugar, y, por consiguiente, nos cruzamos en el camino. Pero tÇ marchabas fuera de Èl, o, por mejor decir, te habÌas detenido a echar unas yescas en medio de un sembrado... ­¡Es verdad que me detuve!... ContinÇa.


­En esto rebuznÑ tu borrica... ­¡Justamente! ¡Ah, quÈ feliz soy!... ¡Habla, habla; que cada palabra tuya me devuelve un aßo de vida! ­Y a aquel rebuzno contestÑ otro en el camino... ­¡Oh!, sÌ..., sÌ. . . ¡Bendita seas! ¡Me parece estarlo oyendo! ­Eran Liviana y Pißona, que se habÌan reconocido y se saludaban como buenas amigas, mientras que nosotros dos ni nos saludamos ni nos reconocimos... ­¡No me digas mÀs! ¡No me digas mÀs!... ­Tan no nos reconocimos­continuÑ la senÀ Frasquita­, que los dos nos asustamos y salimos huyendo en direcciones contrarias... ¡Conque ya ves que yo no estaba en el molino! Si quieres saber ahora por quÈ encontraste al seßor Corregidor en nuestra cama, tienta esas ropas que llevas puestas, y que todavÌa estarÀn hÇmedas, y te lo dirÀn mejor que yo. ¡Su SeßorÌa se cayÑ al caz del molino, y Gardußa lo desnudÑ y lo acostÑ allÌ! Si quieres saber por quÈ abrÌ la puerta..., fue porque creÌ que eras tÇ el que se ahogaba y me llamaba a gritos. Y, en fin, si quieres saber lo del nombramiento... Pero no tengo mÀs que decir por la presente. Cuando estemos solos te enterarÈ de Èste y otros particulares... que no debo referir delante de esta seßora. ­¡Todo lo que ha dicho la seßÀ Frasquita es la pura verdad!­gritÑ el seßor Juan LÑpez, deseando congraciarse con doßa Mercedes, visto que ella imperaba en el Corregimlento.


­¡Todo! ¡Todo!­aßadiÑ Toßuelo, siguiendo la corriente a su amo. ­¡Hasta ahora..., todo!­agregÑ el Corregidor muy complacido de que las explicaciones de la navarra no hubieran ido mÀs lejos... ­¡Conque eres inocente!­exclamaba en tanto el tÌo Lucas, rindiÈndose a la evidencia­. ¡Frasquita mÌa, Frasquita de mi alma! ¡PerdÑname la injusticia, y deja que te dÈ un abrazo!... ­¡Esa es harina de otro costal!...­contestÑ la Molinera, hurtando el cuerpo­. Antes de abrazarte necesito oÌr tus explicaciones... ­Yo las darÈ por Èl y por mÌ...­dijo doßa Mercedes. ­¡Hace una hora que las estoy esperando!­profiriÑ el Corregidor, tratando de erguirse. ­Pero no las darÈ­continuÑ la Corregidora, volviendo la espalda desdeßosamente a su marido­hasta que estos seßores hayan descambiado vestimentas...; y, aun entonces, se las darÈ tan solo a quien merezca oÌrlas. ­Vamos... vamos a descambiar...­dÌjole el murciano a don Eugenio, alegrÀndose mucho de no haberlo asesinado, pero mirandolo todavÌa con un odio verdaderamente morisco­. ¡El traje de vuestra seßorÌa me ahoga! ¡He sido muy desgraciado mientras lo he tenido puesto!... ­¡Porque no lo entiendes!­respondiÑle el Corregidor­. ¡Yo estoy, en cambio, deseando ponÈrmelo, para ahorcarte a ti y a medio mundo, si no me satisfacen las exculpaciones de mi mujer!


La Corregidora, que oyÑ estas palabras, tranquilizÑ a la reuniÑn con una suave sonrisa, propia de aquellos afanados Àngeles cuyo ministerio es guardar a los hombres.


XXXIV. Tambien la Corregidora es guapa.
Salido que hubieron de la sala el Corregidor y el tÌo Lucas, sentÑse de nuevo la Corregidora en el sofÀ, colocÑ a su lado a la seßÀ Frasquita, y, dirigiÈndose a los domÈsticos y ministriles que obstruÌan la puerta, les dijo con afable sencillez: ­¡Vaya, muchachos!... Contad ahora vosotros a esta excelente mujer todo lo malo que sepÀis de mÌ. AvanzÑ el cuarto estado, y diez voces quisieron hablar a un mismo tiempo; pero el ama de leche, como la persona que mÀs alas tenÌa en la casa, impuso silencio a los demÀs, y dijo de esta manera: ­Ha de saber usted, seßÀ Frasquita, que estÀbamos yo y mi Seßora esta noche al cuidado de los nißos, esperando a ver si venÌa el amo y rezando el tercer rosario para hacer tiempo (pues la razÑn traÌda por Gardußa habÌa sido que andaba el seßor Corregidor detrÀs de unos facinerosos terribles, y no era cosa de acostarse hasta verlo entrar sin novedad), cuando sentimos ruido de gente en la alcoba inmediata, que es donde mis seßores tienen su cama de matrimonio. Cogimos la luz, muertas de miedo, y fuimos a ver quiÈn andaba en la alcoba, cuando, ¡ay, Virgen del Carmen!, al entrar vimos que un hombre, vestido como mi seßor, pero que no era Èl (¡como que era su marido de usted!), trataba de esconderse debajo de la cama. ¡Ladrones! , principiamos a gritar desaforadamente y un momento despuÈs la habitaciÑn estaba llena de gente, y los alguaciles sacaban arrastrando de su


escondite al fingido Corregidor. Mi Seßora, que, como todos, habÌa reconocido al tÌo Lucas, y que lo vio con aquel traje, temiÑ que hubiese matado al amo, y empezÑ a dar unos lamentos que partÌan las piedras... ¡A la cÀrcel! ¡A la cÀrcel! , decÌamos entre tanto los demÀs. ¡LadrÑn! ¡Asesino! , era la mejor palabra que oÌa el tÌo Lucas; y asÌ es que estaba como un difunto, arrimado a la pared, sin decir esta boca es mÌa. Pero viendo luego que se lo llevaban a la cÀrcel, dijo... lo que voy a repetir, aunque verdadaderamente mejor serÌa para callado: Seßora, yo no soy ladrÑn ni asesino: el ladrÑn y el asesino... de mi honra estÀ en mi casa, acostado con mi mujer . ­¡Pobre Lucas!­suspirÑ la seßÀ Frasquita. ­¡Pobre de mÌ!­murmurÑ la Corregidora tranquilamente. ­Eso dijimos todos... ¡Pobre tÌo Lucas y pobre Seßora! Porque... la verdad, seßÀ Frasquita, ya tenÌamos idea de que mi seßor habÌa puesto los ojos en usted..., y aunque nadie se figuraba que usted... ­¡Ama!­exclamÑ severamente la Corregidora­. ¡No siga usted por ese camino!... ­ContinuarÈ yo por el otro...­dijo un alguacil, aprovechando aquella coyuntura para apoderarse de la palabra­. El tÌo Lucas (que nos engaßÑ de lo lindo con su traje y su manera de andar cuando entrÑ en la casa, tanto, que todos lo tomamos por el seßor Corregidor) no habÌa venido con muy buenas intenciones que digamos, y si la Seßora no hubiera estado levantada..., figÇrese usted lo que habria sucedido... ­¡Vamos! ¡CÀllate tÇ tambiÈn!­interrumpiÑ la cocinera­. ¡No estÀs diciendo mas que tonterÌas! Pues, si, seßÀ Frasquita: el tÌo


Lucas, para explicar su presencia en la alcoba de mi ama, tuvo que confesar las intenciones que traÌa... ¡Por cierto que la Seßora no se pudo contener al oÌrlo, y le arrimÑ una bofetada en medio de la boca que le dejÑ la mitad de las palabras dentro del cuerpo! Yo misma lo llenÈ de insultos y denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce usted, seßÀ Frasquita, que, aunque sea su marido de usted, eso de venir con sus manos lavadas... ­¡Eres una bachillera!­gritÑ el portero, poniÈndose delante de la oradora­. ¿QuÈ mÀs hubieras querido tÇ?... En fin, seßÀ Frasquita: oigame usted a mÌ, y vamos al asunto. La Seßora hizo y dijo lo que debÌa...; pero luego, calmado ya su enojo, compadeciÑse del tÌo Lucas y parÑ mientes en el mal proceder del seßor Corregidor, viniendo a pronunciar estas o parecidas palabras; Por infame que haya sido su pensamiento de usted, tÌo Lucas, y aunque nunca podrÈ perdonar tanta insolencia, es menester que su mujer de usted y mi esposo crean durante algunas horas que han sido cogidos en sus propias redes, y que usted auxiliado por ese disfraz, les ha devuelto afrenta por afrenta. ¡Ninguna venganza mejor podemos tomar de ellos que este engaßo, tan fÀcil de desvanecer cuando nos acomode! Adoptada tan graciosa resoluciÑn, la Seßora y el tÌo Lucas nos aleccionaron a todos de lo que tenÌamos que hacer y decir cuando volviese Su SeßorÌa; ¡y por cierto que yo le he pegado a SebastiÀn Gardußa tal palo en la rabadilla, que creo no se le olvidarÀ en mucho tiempo la noche de San SimÑn y San Judas!... Cuando el portero dejÑ de hablar, ya hacÌa rato que la Corregidora y la Molinera cuchicheaban al oÌdo, abrazÀndose y besÀndose a cada momento, y no pudiendo en ocasiones contener la risa. ¡LÀstima que no se oyera lo que hablaban!... Pero el lector se lo figurarÀ sin gran esfueno; y si no el lector, la lectora.


XXXV. Decreto Imperial.
Regresaron en esto a la sala el Corregidor y el tÌo Lucas, vestido cada cual con su propia ropa. ­,Ahora me toca a mÌ!­entrÑ diciendo el insigne don Eugenio de ZÇßiga. Y despuÈs de dar en el suelo un par de bastonazos como para recobrar su energÌa (a guisa de Anteo oficial, que no se sentÌa fuerte hasta que su caßa de Indias tocaba en la tierra), dÌjole a la Corregidora con un Ènfasis y una frescura indescriptibles: ­¡Merceditas..., estoy esperando tus explicaciones!... Entre tanto, la Molinera se habÌa levantado y le tiraba al tÌo Lucas un pellizco de paz, que le hizo ver estrellas, mirÀndolo al mismo tiempo con desenojados y hechiceros ojos. El Corregidor, que observara aquella pantomima, quedÑse hecho una pieza, sin acertar a explicarse una reconciliaciÑn tan inmotivada. DirigiÑse, pues, de nuevo a su mujer, y le dijo, hecho un vinagre: ­¡Seßoral ¡Todos se entienden menos nosotros! SÀqueme usted de dudas... ¡Se lo mando como marido y como Corregidor! Y dio otro bastonazo en el suelo. ­¿Conque se marcha usted?­exclamÑ doßa Mercedes, acercÀndose a la seßÀ Frasquita y sin hacer caso de don


Eugenio­. Pues vaya usted descuidada, que este escÀndalo no tendrÀ ningunas consecuencias. ¡Rosa!: alumbra a estos seßores, que dicen que se marchan... Vaya usted con Dios, tÌo Lucas. ­¡Oh. . no!­gritÑ el de ZÇßiga, interponiÈndose­. ¡Lo que es el tÌo Lucas no se marcha! ¡El tÌo Lucas queda arrestado hasta que sepa yo toda la verdad . ¡Hola, alguaciles! ¡Favor al Rey! . . . Ni un solo ministro obedeciÑ a don Eugenio. Todos miraban a la Corregidora. ­¡A ver, hombre! ¡Deja el paso libre!­aßadiÑ Èsta, pasando casi sobre su marido y despidiendo a todo el mundo con la mayor finura; es decir, con la cabeza ladeada, cogiÈndose la falda con la punta de los dedos y agachandose graciosamente hasta completar la reverencia que a la sazÑn estaba de moda, y que se llamaba la pompa. ­Pero yo... Pero tÇ... Pero nosotros... Pero aquellos...­seguÌa mascullando el vejete, tirÀndole a su mujer del vestido y perturbando sus cortesÌas mejor iniciadas. ¡InÇtil aÌÀn! ¡Nadie hacÌa caso de Su SeßorÌa! Marchado que se hubieron todos, y solos ya en el salÑn los desavenidos conyuges, la Corregidora se dignÑ al fin decirle a su esposo, con el acento que hubiera empleado una Czarina de todas las Rusias para fulminar sobre un ministro caÌdo la orden de perpetuo destierro a la Siberia. ­Mil aßos que vivas, ignorarÀs lo que ha pasado esta noche en mi alcoba. Si hubieras estado en ella, como era regular, no tendrÌas necesidad de preguntÀrselo a nadie. Por lo que a mÌ toca, no hay


ya, ni habrÀ jamÀs, razÑn ninguna que me obligue a satisfacerte, pues te desprecio de tal modo, que si no fueras el padre de mis hijos, te arrojarÌa ahora mismo por ese balcÑn, como te arrojo para slempre de mi dormitorio. Conque buenas noches, caballero. Pronunciadas estas palabras, que don Eugenio oyÑ sin pestaßear (pues lo que es a solas no se atrevÌa con su mujer), la Corregidora penetrÑ en el gabinete, y del gabinete pasÑ a la alcoba, cerrando las puertas detrÀs de sÌ, y el pobre hombre se quedÑ plantado en medio de la sala, murmurando entre encÌas (que no entre dientes) y con un cinismo de que no habrÀ habido otro ejemplo. ­¡Pues, seßor, no esperaba yo escapar tan bien!... ¡Gardußa me buscarÀ acomodo!


XXXVI. ConclusiÑn, moraleja y epÌlogo.
Piaban los pajarillos saludando el alba cuando el tÌo Lucas y la seßÀ Frasquita salÌan de la ciudad con direcciÑn a su molino. Los esposos iban a pie, y delante de ellos caminaban apareadas las dos burras. ­El domingo tienes que ir a confesar (le decÌa la Molinera a su marido) pues necesitas limpiarte de todos tus malos juicios y criminales propÑsitos de esta noche... ­Has pensado muy bien...­contestÑ el Molinero­. Pero tÇ, entre tanto, vas a hacerme otro favor, y es dar a los pobres los colchones y ropa de nuestra cama, y ponerla toda de nuevo. ¡Yo no me acuesto donde ha sudado aquel bicho venenoso! ­¡No me lo nombres, Lucas!­replicÑ la seßÀ Frasquita­. Conque hablemos de otra cosa. Quisiera merecerte un segundo favor... ­Pide por esa boca... ­El verano que viene vas a llevarme a tomar los baßos del SolÀn de Cabras ­¿Para quÈ? ­Para ver si tenemos hijos.


­¡FelicÌsima idea! Te llevarÈ, si Dios nos da vida. Y con esto llegaron al molino, a punto que el sol, sin haber salido todavÌa, doraba ya las cÇspides de las montaßas. ... ... ... ... A la tarde, con gran sorpresa de los esposos, que no esperaban nuevas visitas de altos personajes despuÈs de un escÀndalo como el de la precedente noche, concurriÑ al molino mÀs seßorÌo que nunca. El venerable Prelado, muchos CanÑnigos, el Jurisconsulto, dos Priores de frailes y otras vanas personas (que luego se supo habÌan sido convocadas allÌ por Su SeßorÌa IlustrÌsima) ocuparon materialmente la plazoletilla del emparrado. SÑlo faltaba el Corregidor. Una vez reunida la tertulia, el seßor Obispo tomÑ la palabra, y dijo: que, por lo mismo que habÌan pasado ciertas cosas en aquella casa, sus CanÑnigos y Èl seguirÌan yendo a ella lo mismo que antes, para que ni los honrados Molineros ni las demÀs personas allÌ presentes participasen de la censura pÇbhca, sÑlo merecida por aquÈl que habÌa profanado con su torpe conducta una reuniÑn tan morigerada y tan honesta. ExhortÑ paternalmente a la seßÀ Frasquita para que en lo sucesivo fuese menos provocativa y tentadora en sus dichos y ademanes, y procurase llevar mÀs cubiertos los brazos y mÀs alto el escote del jubÑn; aconsejÑ al tÌo Lucas mÀs desinterÈs, mayor circunspecciÑn y menos inmodestia en su trato con los superiores; y acabÑ dando la bendiciÑn a todos y diciendo: que como aquel dÌa no ayunaba, se comerÌa con mucho gusto un par de ramos de uvas.


Lo mismo opinaron todos... respecto de este Çltimo particular..., y la parra se quedÑ temblando aquella tarde. ¡En dos arrobas de uvas apreciÑ el gasto el Molinero! ... ... ... ... Cerca de tres aßos continuaron estas sabrosas reuniones, hasta que, contra la previsiÑn de todo el mundo, entraron en Espaßa los ejÈrcitos de NapoleÑn y se armÑ la Guerra de la Independencia. El seßor Obispo, el Magistral y el Penitenciario murieron el aßo de 8, y el Abogado y los demÀs contertulios en los de 9, 10, 11 y 12, por no poder sufrir la vista de los franceses, polacos y otras alimaßas que invadieron aquella tierra, ¡y que fumaban en pipa, en el Presbiterio de las iglesias, durante la Misa de la tropa! El Corregidor, que nunca mÀs tornÑ al molino, fue destituido por un Mariscal francÈs, y muriÑ en la CÀrcel de Corte, por no haber querido ni un solo instante (dicho sea en honra suya) transigir con la dominaciÑn extranjera. Doßa Mercedes no se volviÑ a casar, y educÑ perfectamente a sus hijos, retirÀndose a la vejez a un convento, donde acabÑ sus dÌas en opiniÑn de Santa. Gardußa se hizo afrancesado. El seßor Juan LÑpez fue guerrillero, mandÑ una partida, y muriÑ, lo mismo que su alguacil, en la famosa batalla de Baza, despuÈs de haber matado muchÌsimos franceses. Finalmente: el tÌo Lucas y la seßÀ Frasquita (aunque no llegaron a tener hijos, a pesar de haber ido al SolÀn de Cabras y de haber


hecho muchos votos y rogativas) siguieron siempre amÀndose del propio modo, y alcanzaron una edad muy avanzada, viendo desaparecer el Absolutismo en 1812 y 1820, y reaparecer en 1814 y 1823, hasta que, por Çltimo, se estableciÑ de veras el sistema Constitucional a la muerte del Rey Absoluto, y ellos pasaron a mejor vida (precisamente al estallar la Guerra Civil de los Siete aßos), sin que los sombreros de copa que ya usaba todo el mundo pudiesen hacerles olvidar aquellos tiempos simbolizados por el sombrero de tres picos.


Nota sobre el autor:

Pedro Antonio de AlarcÑn (1833-1895)

Cronologia de AlarcÑn AlarcÑn habla de El sombrero de tres picos


CronologÌa de la vida de AlarcÑn
1833 El 10 de marzo, nace Pedro Antonio de AlarcÑn Ariza, en Guadix (Granada). Estudio bachillerato en Granada. Inicio estudios de leyes en la Universidad de Granada, que tuvo que abandonar por problemas econÑmicos de la familia. Ingreso dos veces en el seminario y lo abandono las dos veces por falta de vocaciÑn. Desde siempre su verdadera vocaciÑn fueron las letras. Participo del grupo literario granadino La Cuerda, como poeta.


1852 De esta Època datan sus primero relatos breves de fuerte raÌz romÀntica, algunos de ellos, entroncados con el costumbrismo andaluz, revelaban el influjo de FernÀn Caballero. De hecho, AlarcÑn nunca fue un escritor realista en el sentido que la historia de la literatura da a este termino: Sus estenografÌas siempre son de una impronta realista muy fuerte. En cambio, es evidente que sus personajes tienen un sabor arquetÌpico e ideal muy fuerte, es decir, son "tipos" mÀs que personajes. Y es que AlarcÑn nunca renuncio a que lo ideal se encarnara en lo real. Y eso lo entronca con una tradiciÑn nacional espaßola, que con hitos tan importantes como el Arcipreste de hita o Cervantes, le alcanza plenamente a AlarcÑn.

El amigo de la muerte, uno de los primeros cuentos de AlarcÑn, que revelan ya casi formada la maestrÌa tÈcnica que revelarÌa a continuaciÑn.


1853 Se va a Madrid para seguir su carrera literaria.

El Clavo

AlarcÑn fue sin duda un Funda con E. TarragÑ el maestro del cuento, El Clavo periÑdico El Eco de Occidente, es sin duda una de sus que no tuvo mucha importancia. pequeßas obras maestras. Escribe despuÈs en El LÀtigo, diario antimonÀrquico de fuerte sabor revolucionario.

1854 Participa como periodista en la RevoluciÑn de Julio 1855 Publica El final de Norma, un trabajo escrito cuando contaba 18 aßos (1851). Sucesivamente publicara su obra de juventud: Cosas que fueron (artÌculos), PoesÌas. 1857 El hijo prodigo tiene por tema El hijo prodigo la locura y los errores de juventud. Reflejo de un periodo de autocrÌtica que ha iniciado AlarcÑn sobre su propia juventud. MÀs tarde, en el personaje de Pepito de El nißo de la bola, finalizarÀ ese ajuste de cuentas con su pasado. 1859 Al estallar la guerra de Marruecos se alista como voluntario. El final de Norma


1860 De esa experiencia en àfrica, nacerÀ su obra Diario de un testigo de la guerra de àfrica, que por fin le dio fama y algo de dinero, quizÀs su obra mÀs importante y permanente. Obra maestra por la descripciÑn de la vida militar. Algunas partes de este trabajo como "La batalla de Castillejos" y "La toma de TetuÀn", aÇn no han sido superados en la viveza de las descripciones, la espontaneidad del lenguaje y la gracia en la narrativa por ningÇn escritor espaßol. En la misma lÌnea, publicara tambiÈn las "Historietas nacionales", similares a las anteriores, por la temÀtica y la frescura y espontaneidad del lenguaje y del flujo narrativo. 1861 1866 Se casa, y su posicionamiento polÌtico y religioso se afianza y explicita definitivamente. Ya hacia tiempo, se habÌa inicia en AlarcÑn un giro de sus posiciones polÌticas y humanas, que lo desplazÑ desde el liberalismo revolucionario a posiciones tradicionalistas y catÑlicas. De hecho nunca dejo de ser catÑlico, y fue su fe la que le hizo en ultima instancia cambiar sus posiciones polÌticas. Pero, es ahora, con su

Diario de un testigo de la guerra de àfrica 1860 a 1874 publica fundamentalmente cuentos y libros de viajes.

De Madrid a NÀpoles


matrimonio que su evoluciÑn concluye. Desde estas posiciones tradicionalistas, siguiÑ actuando en polÌtica. Fue diputado en las Cortes por Granada, consejero de Estado con Alfonso XII. 1868 La revoluciÑn del 68 va afectar fuertemente a AlarcÑn, de forma que marcara toda su obra posterior con un fuerte matiz polÈmico. Obras como La Prodiga o El escÀndalo estarÌan en esta lÌnea.. 1871 Su obra Cosas que fueron Cosas que fueron constituyo una tardÌa aportaciÑn al genero de cuadros de costumbres y fueron escritos aßos antes de su publicaciÑn. 1873 La Alpujarra 1874 Publica El sombrero de tres El sombrero de tres picos picos, la obra que le iba a hacer mundialmente famoso y que ha servido de libreto a varias obras musicales y a la obra homÑnima de Falla. 1875 El EscÀndalo, una obra con repercusiones semejantes a Pequeßeces de Coloma, tanto por la intenciÑn como por la polÈmica que levanto La primera ediciÑn se agoto en cinco dÌas.


1878 El nißo de la bola es quizÀs la El nißo de la bola mejor novela de AlarcÑn. La renuncia de Manuel Venegas, odiado por el usurero ElÌas, precipita la muerte de Soledad, bella figura romÀntica condenada de antemano. La fuerza del destino preside con su fatalismo atÀvico todos los episodios de la narraciÑn. Las grandezas y miserias del alma humana se adensan en el pueblo y en la historia de unos seres condenados al fracaso. La obra es menos literaria que El escÀndalo, pero mÀs objetiva y apasionada. 1880 La prodiga es un alegato moral La Prodiga contra la corrupciÑn de costumbres y ademÀs es una crÌtica radical de la literatura romanita, a la que AlarcÑn consideraba como fundamentalmente anticristiana, y para ello usa la tÈcnica de sacar las Çltimas conclusiones de la tÌpica tragedia romÀntica desgarrada, para mostrarnos su real sordidez, exenta de todo heroÌsmo. 1881 1883 1884 El CapitÀn Veneno Viajes por Espaßa Historia de mis libros


1887 La enemistad con los crÌticos liberales, y su continua critica, junto a un cierto convencimiento de que el realismo habÌa cubierto su ciclo histÑrico, le llevan a un abandono de la escritura. Es elegido miembro de La Real Academia 1895 Muere el 19 de julio en Valdemoro(Madrid)


AlarcÑn habla de El sombrero de tres picos
La Historia de mis libros, de Pedro Antonio de AlarcÑn, escrita en 1884 cuando practicamente habÌa ya decidido dejar de escribir, es el testamento literario del autor, y en ella se analiza una a una las obras que habÌa publicado hasta entonces. El capitulo XIII estÀ dedicado a El sombrero de tres picos, y es el que transcribimos a continuaciÑn. Un dÌa del verano de 1874, en Madrid, apremiÀbame la obligaciÑn de enviar a la Isla de Cuba algÇn cuentecillo jocoso, para cierto semanario festivo que allÌ se publicaba. RecordÈ, no sÈ cÑmo, el picaresco romance de El Corregidor y la Molinera, que tantas veces habÌa oÌdo relatar cuando nißo, y me dije: -¿Por quÈ no he de escribir una historieta, fundada en tan peregrino argumento? -Porque es muy difÌcil, dentro de las conveniencias sociales..... -respondiÑ mi buena crianza. -¡RazÑn de mÀs para intentar escribirla de modo que nadie se escandalice! - arguyÑ mi temeridad de artista viejo, recordando haber hecho un milagro semejante con el cuento de La Comendadora.


-Pues probemos..... (contestÑ mi pereza, para librarse de seguir buscando asunto). ¡En medio de todo, el semanario de que se trata tiene pocos lectores, y tal vez ninguno de ellos resida en el continente europeo! -¡Manos a la obra! -concluyÑ la parte atrevida de mi ser moral. Y veinticuatro horas despuÈs habÌa escrito diez o doce cuartillas, que contenÌan, muy en compendio, todo EL SOMBRERO DE TRES PICOS, o sea toda la historia de El Corregidor y la Molinera, tal y como me pareciÑ prudente arreglarla y componerla ad usum del respetable pÇblico. Iba ya a meterla en un sobre para echarla al correo, cuando me dijo repentinamente la conciencia artÌstica: -¡QuÈ lÀstima! AquÌ hay materia para escribir una historia diez veces mÀs larga..... -¡Ya lo creo!..... (respondiÑ la pereza). Y de ese modo nos ahorrarÌamos, durante dos meses, la penosa tarea de buscar asuntos para el semanario..... -¡Pues recomencemos!..... -¡Oh..... no!..... ¿QuiÈn inutiliza lo ya redactado, y se pone ahora a volver a empezar la raciÑn de maßana? VacilÈ algÇn tiempo, y esta vez triunfÑ la actividad. ComencÈ, pues, de nuevo la historia de EL SOMBRERO DE TRES PICOS. Al otro dÌa, iba ya tambiÈn a meter en un sobre la primera


dÈcima parte del segundo relato, o sea del relato actual, que llegaba a la descripciÑn del tÌo Lucas, cuando entrÑ en mi despacho un buen amigo, versado en letras; referÌle el asunto de mi nueva obra; le leÌ lo que llevaba escrito, y ved aquÌ sus terminantes palabras: -No envÌe V. al otro mundo esas cuartillas. RetÈngalas en Madrid, y continÇe la obra con amor, hasta acabarla y perfeccionarla cuanto pueda. De este modo se encontrarÀ V., dentro de pocas semanas, con un libro que podrÀ convenirle publicar en Madrid, en tomo. -¡El asunto es de perlas! Seis dÌas despuÈs volviÑ a visitarme el amigo, y se hallÑ con que EL SOMBRERO DE TRES PICOS estaba terminado, y hasta puesto en limpio, en la forma que hoy tiene. Al siguiente dÌa empezÑ a imprimirse en la Revista Europea, que publicaban en esta Corte los Sres. Medina y Navarro; al cabo de un mes se reimprimÌa solemnemente en tomo aparte, y esta es la hora en que van hechas, sÑlo dentro de nuestra PenÌnsula, ocho numerosas ediciones. Tal es la historia de este dichoso librejo, contra el cual no se han alzado mis adversarios. Por la inversa, todo el mundo lo ha tratado hasta con mimo, asÌ en el campo de los innovadores o blasfemadores del Arte, de la Moral y del Alma, como en el de los ortodoxos y arcaÌstas de todas especies. a tal extremo ha llegado esta unanimidad, que muchas veces he sentido aborrecimiento y desdÈn a la pÌcara obra por nadie impugnada, atribuyendo su fortuna a nulidad È insignificancia internas. Empero Çltimamente me han reconciliado con este hijo del acaso, no sÈ quÈ tardÌa querencia paternal y la consideraciÑn de que, a los diez o mÀs aßos de publicado, sigue produciÈndome tan segura y casi tan pingÝe renta como su juicioso hermano El EscÀndalo. -AdemÀs: EL SOMBRERO DE TRES PICOS ha sido


traducido, que yo sepa, al portuguÈs (con preciosas ilustraciones), al alemÀn, al ruso, al francÈs, al italiano, al inglÈs y al rumano, como tambiÈn ha dado argumento a dos operetas cÑmicas, la una francesa y la otra belga; y, en vista de tanto ruido y de tantas nueces, he tenido que acabar por decir: - «¡Pues, seßor, el asunto era de oro! ¡Estoy en deuda con la musa popular, o sea con los ciegos que componen romances!» Acerca de la moralidad y color de la obra, en el Prefacio que lleva al frente he dicho cuanto correspondÌa a mi reputaciÑn de escritor honesto y de persona bien criada. ConviÈneme, sin embargo, aßadir, para mayor refulgencia de la castidad de mi musa y de la del pÇblico espaßol en general, que uno de los mejores literatos de Francia, Alejandro Dumas (hijo), a quien debo amistosÌsimas atenciones, tuvo hace aßos la franqueza de escribirme que mi SOMBRERO DE TRES PICOS habrÌa ganado mucho, particularmente en aquella naciÑn, si yo hubiese conservado el desenlace crudelÌsimo dado por la versiÑn plebeya, o sea por los romances de ciego, al quid pro quo de que fue inocente objeto doßa Mercedes..... -Es decir, que ni aquel insigne escritor ni el pÇblico francÈs se habrÌan escandalizado ante la consumaciÑn de una atrocidad en el molino, ni ante la efectividad de sus represalias en el Corregimiento..... ¡Es decir, que.....! Pero doblemos la hoja..... -¡Bueno estÀ, sin mÀs ribetes ni escarapelas, mi empecatado SOMBRERO DE TRES PICOS!..... Y lo peor de todo es, hablando aquÌ en reserva, que «tambiÈn me gusta a mÌ la seßÀ Frasquita»; por aquello de que la Molinera «como guapa, es guapa»....., aunque «tambiÈn sea guapa la Corregidora». ¡Oh inefable delicia, la de crear seres con la pluma! ¡Oh complacencia, poder uno formarlos a su arbitrio y moverlos segÇn su agrado! ¡Oh tormento, tener que resolverse a dejar de


lanzar al mundo tantos y tantos personajes como aun le bullen en la imaginaciÑn, y haber de morirse algÇn dÌa exclamando: «Morid tambiÈn vosotros, sin haber nacido!» -Pero asÌ son las cosas humanas. Ars longa, vita brevis! -Y, ademÀs, que no todos tenemos filosofÌa bastante para decir: Satis est equitem mihi plaudere. Capitulo XIII de Historia de mis libros(1884) de Pedro Antonio de AlarcÑn, titulado precisamente El sombrero de tres picos.


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